sábado, 26 de julio de 2014

LA BRUJERÍA Y LAS BRUJAS DEL SANTO REINO DE JAÉN.








Por Manuel Fernández Espinosa.



INTRODUCCIÓN: EL MÁGICO REINO DE JAÉN.

 
La actual provincia de Jaén fue denominada desde los antiguos tiempos medievales "Santo Reino", y todavía hoy resulta frecuente que al nombre de la provincia le anteceda esta aposición. Es común pensar que este apelativo se debe a la señera figura de su reconquistador, el rey Fernando III de Castilla, el Santo. Desde su liberación del poder musulmán, la provincia de Jaén tuvo el estatus de "reino" -según la antigua organización administrativa de los territorios de la corona española, nomenclatura administrativa que estuvo vigente hasta la división provincial de España operada por Javier de Burgos en 1833. Empero los reinos de Córdoba y de Sevilla también fueron reconquistados por Fernando III el Santo, y a ninguno de los dos se le adicionó el título de "santo" nunca.

He encontrado otra explicación para el origen de este apelativo de "Santo Reino", aplicado a la provincia de Jaén. Esta otra explicación, desconocida hasta la fecha, es de índole ocultista. Y la puedo fundar en la tradición que nos proporciona el mago decimonónico Eliphas Levi (el sedicente abate Constant que nunca fue abate). En su libro "Dogma y ritual de la alta magia" Eliphas Levi nos cuenta que los antiguos llamaban a la magia "Sanctum Regnum" o "Regnum Dei" (o sea, Santo Reino, Reino de Dios).

En este sentido obran muchas razones históricas que nos aclararían que el Santo Reino de Jaén es, según los ocultistas, un territorio sagrado y mágico. Jorge Luis Borges, en "La cámara de las estatuas", relato incluido en su "Historia Universal de la Infamia", nos evoca uno de los mil cuentos nocturnos de Serezade. Dicho cuento nos habla del mágico lugar donde, además de encontrarse los codiciados tesoros de Salomón, se hallaba un conjunto estatuario que revelaba simbólicamente el catastrófico destino del último rey de los Godos, Don Rodrigo. Entre las ciudades candidatas para ser depositarias de tesoro tan preciado figuraban -según Serezade y su exégeta Jorge Luis Borges- Lebtit, Ceuta y Jaén.

Los tradicionistas ibéricos cristianos que tocan el tema (las crónicas medievales, Pedro del Corral -siglo XV-, o mi antepasado Pedro de Escabias en su "Repertorio de Príncipes de España", también del siglo XV) sitúan, sin género de dudas, esa cámara de las estatuas en la toledana Cueva de Hércules, lugar iniciático por excelencia. ¿Pero qué hacían esos tesoros salomónicos en Toledo?

Los godos habían ocultado en la Cueva de Hércules, de Toledo, el botín que habían hecho en la conquista de Roma, adonde los habían llevado las legiones de Tito, el destructor y saqueador del Templo salomónico. Después fueron los mismos godos los que trajeron el tesoro a Toledo, ciudad en la que asentaron la capitalidad de la Gothia hispánica.

Ni el tesoro ni la cámara de las estatuas estaban originariamente en Jaén -tal y como el cuento de las mil y una noches apuntaba entre otras ciudades. Estaba en la cueva (castillo, y, en algunas otras fuentes, palacio según varios cronistas) de Hércules. Entonces, ¿qué tiene que ver Jaén con todo esto?

El investigador y novelista contemporáneo Juan Eslava Galán nos proporciona en su libro "El enigma de la Mesa de Salomón" una sugerente hipótesis por la que cabe suponer que, tras la invasión de España y conquista musulmana de Toledo, los tesoros de Salomón fueron traídos por los mahometanos a la provincia de Jaén, en donde los ocultaron convenientemente en algún lugar ignoto del territorio de la actual provincia de Jaén. Al ser tesoros mágicos, no ha de extrañarnos que el lugar fuera calificado con posterioridad como Santo Reino (Reino mágico).

Algunas sociedades secretas (tanto masónicas como eclesiásticas) buscaron denodadamente, según Eslava Galán, el tesoro de Salomón a través de los siglos. La novela "La lápida templaria" que se debe muy posiblemente al mismo Juan Eslava Galán (pero que, por razones editoriales, éste firma con el pseudónimo Nicholas Wilcox) es un resumen fabulado sobre este episodio de la historia secreta de la provincia de Jaén.

También es digno de señalar que en la ciudad de Martos, a unos kilómetros de la capital del Santo Reino de Jaén, se encuentra la famosa peña de Martos, donde desde la antigüedad pagana se veneraba a Hércules. Martos tenía otra "cueva de Hércules", tal y como Toledo.

Como podemos comprobar, con solo un vistazo, la provincia de Jaén cuenta con muchas credenciales como para ser provincia mágica de primer rango. Entre muchas más razones podemos destacar las recurrentes visitas de D. Enrique de Villena (1386-1434) que fue nigromante, alquimista y Maestre de la Orden de Calatrava, y cuya asombrosa vida y obra mereceren un capítulo aparte.

Apuntadas algunas de las bases míticas e históricas por las cuales la provincia se hace acreedora del título de Santo Reino, que repetimos, según la tradición ocultista equivale a la Magia, quiero ahora ocuparme, siquiera escuetamente, de ofrecer algunas noticias sobre la brujería autóctona de Jaén en el período de la historia moderna (siglos XVI-XVII).



LAS BRUJAS DE JAÉN.



El profesor Luis Coronas Tejada ha estudiado con rigor profesional la historia de las intervenciones del Santo Oficio de la Inquisición en la provincia, a través del material documentístico que ha sobrevivido, documentación a la que él ha accedido a lo largo de dilatados años de estudio. Las conclusiones de D. Luis Coronas Tejada se encuentran en su libro "La Inquisición en Jaén". No obstante, el propósito del erudito catedrático no era el de ahondar en la brujería ni en la magia, sino el de investigar y ofrecer una relación sobre las actuaciones de la Inquisición española en la provincia, objetivo que logra meritoriamente. De su libro extraemos las noticias que a seguido narraremos, pero a las que añadiremos un sucinto comentario de nuestra propia cosecha que ilumine el lado oscuro de algunas prácticas que aparecen consignadas en la historia de la brujería.



ISABEL DE MOYA, ADEPTA PRACTICANTE DE LA FABAMANCIA.



Siglo XVII. Su nombre es Isabel de Moya y vive con su hermana Francisca de Vera. Eran naturales del lugar de Jamilena (un pueblecito perteneciente a la encomienda calatrava de Martos, actualmente es el municipio de menor territorialidad de toda España). Pero ambas hermanas residieron en la capital de Jaén, en donde hemos de suponer que Ana de Ortega, una vecina de Jaén, les había enseñado ciertas artes mánticas y hechiceriles.

En el año 1572, viviendo todavía en Jaén, Isabel de Moya se escapa del castigo del brazo secular, después de incoársele un proceso por hechicería. Los cargos por hechicería los comparte con sus vecinas Benita de Vilches y Ana Gutiérrez. No obstante, aunque quedó comprobado que las tres realizaron "ciertos hechizos" no habían invocado para ello a los demonios. Este particular se hace anotar, siempre según lo que nos transmite Coronas Tejada, en la visita del inquisidor Antonio Matos de Noroña.

En 1623 Isabel de Moya es nuevamente acusada. Esta vez el delito de la reincidente consiste, según la acusación que se vierte contra ella, en practicar conjuros "con habas". Parece ser que se trataba de una práctica adivinatoria en la que se arrojaba una docena de habas, seis con coronillas y seis descortezadas. Las habas con coronilla semejaban hombres, mientras que las descortezadas remedaban mujeres. Dependiendo de como cayeran, se establecía el vaticinio. Si una vez echadas las habas, las unas se acercaban a las otras eso era seña de que había correspondencia amorosa para la parte consultante.

Esto constituía de suyo, tal y como constituye hoy en día, una práctica ilícita según la doctrina de la Iglesia Católica. Aunque nos pueda parecer que no pasaba de ser una superchería, una niñería propia de personas incultas, en el fondo, de lo que se trataba era de adivinar -y, por lo tanto, se explicitaba la voluntad de poder. (Para conocer de primera mano, sin recurrir a los tópicos más usuales, la doctrina católica sobre la magia y la adivinación, el lector puede consultar el Catecismo de la Iglesia Católica, en su parágrafo 2116.)

Pero el "inofensivo juego" de Isabel de Moya tenía una parte más escabrosa. Para que el método adivinatorio de las habas fuese efectivo, parece ser que, según los documentos del auto inquisitorial, previamente había que ir a Misa a la hora de elevar la Hostia Consagrada, y ante la Presencia Eucarística renegar, y no sólo en el fuero interno sino en un murmullo, del Cuerpo de Cristo diciendo: "No creo en vos, creo en las habillas" (sic). Isabel de Moya aseveraba que podía conocer los sentimientos amorosos de sus cliéntulos, así como que con sus conjuros podía atraer hombres a su voluntad y perjudicar a otras personas con sus maleficios. Para su mayor desgracia, a la acusación por hechicera tampoco la venía a ayudar mucho la vida licenciosa que llevaba, pues siendo viuda era notorio entre sus vecinos que se hallaba amancebada con un individuo. Pero otra vez, la bruja se escapó de milagro, pues volvió a negar que ella invocara a los demonios para practicar sus hechicerías.

El inaudito método mántico que practicaba Isabel de Moya en la Jaén de principios del siglo XVII, merece un comentario. No tiene que asombrar a nadie el uso mántico de las habas -a primera vista, vulgar. Muchos elementos culinarios son usados por diversas mancias. Así, la aleuromancia (que se sirve de la harina), la alomancia (que hace lo propio con la sal), la alphitomancia (que usa pan de cebada), la cafeomancia (a través de los posos del café), la cromnlomancia (sirviéndose de las cebollas), la dafnomancia (que lo hace con hojas de laurel), la oomancia (que usa la clara del huevo), la tiromancia (que pretende adivinar con trozos de queso). El mundo vegetal también está presente en otras mancias, aunque no sea en su vertiente comestible, como podemos constatarlo en la sycomancia (que usa las hojas de higuera).

Tal vez sea el primero en acuñar el término de "fabamancia". Creo que es el vocablo más ajustado según la lengua castellana para la adivinación por habas que practicaba Isabel de Moya. La fabamancia vendría a ser una suerte de mancia vegetal que esperaba su vaticinio del resultado de las habas arrojadas.

La noticia que nos transmite el proceso inquisitorial sobre el arte mántica que practicaba la susodicha Isabel de Moya es interesante desde el punto de vista del antropólogo y, qué duda cabe, también constituye un motivo de reflexión para el estudioso del esoterismo y el ocultismo.

Es archisabido el tabú que pesaba en la escuela pitagórica sobre las habas. Diógenes Laercio en su "Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres" nos cuenta que Pitágoras prohibía la ingesta de habas a sus discípulos. Según Aristóteles, Pitágoras dedicó todo un libro a las habas (el intitulado "De las habas"), y pensaba que la abstinencia de habas que preconizaba Pitágoras se podría deber a ciertas razones que el Estagirita apunta: "...o porque semejan a las partes pudendas, o las puertas infernales (pues carece de nudos), o porque corrompen, o porque sirven en el gobierno oligárquico eligiendo por medio de ellas."

Como vemos, la fabamancia se puede remontar a remotos métodos de elección política (en la oligarquía, según testimonio de Aristóteles, se empleaban habas para la elección de los cargos). Asimismo es de subrayar que los servicios mánticos concretos que prestaba Isabel de Moya tenían claras connotaciones eróticas y sexuales, no sólo en los objetivos que buscaba. (Recuérdese que usaba las habas para establecer pronósticos adivinatorios sobre la suerte amatoria del consultante, pero además las habas también se agrupaban en dos conjuntos de seis que se diferenciaban por la coronilla y por la falta de este apéndice: la coronilla venía a ser el signo diferenciador con resonancias fálicas.) En la fabamancia que practicaba Isabel de Moya es rastreable el vestigio de las arcaicas creencias pitagóricas que, según Aristóteles, habían establecido la analogía entre las habas y las partes pudendas relacionadas con las funciones reproductivas de la especie.

Es interesante también el número de habas que empleaba nuestra bruja: doce. Se trata del Dodecanario, cuya figura geométrica es el dodecágono, muy próximo al círculo. Además, doce son los signos zodiacales, doce son las tribus de Israel, doce son los apóstoles de Jesucristo, doce los caballeros de la Mesa Redonda del Rey Arturo, y, en la historia, doce son los Pares de Francia. Saint-Yves apunta también que en los grupos humanos que se hallan situados en la vía de la tradición simbólica, "el círculo más elevado y próximo al centro misterioso se compone de doce miembros que representan la iniciación suprema".

Isabel de Moya tal vez ignorase todas estas precisiones y predecentes esotéricos eruditos, pero estaba practicando un arte adivinatorio tan antiguo como los orígenes de la filosofía europea.



LAS BRUJAS Y EL AMOR.



Las antiguas brujas del Santo Reino de Jaén que conocemos gracias a lo que se nos ha conservado sobre los procesos de la Inquisición, no parecen que tributaran una particular adoración a Satanás, aunque lo invocaban junto a Barrabás en impía y blasfema promiscuidad con la invocación de la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de Belén, así como con la invocación de algunos otros santos como Santa Bárbara. De todas formas, lo que destaca de las brujas de Jaén es su dedicación hechiceril a la resolución de conflictos amatorios.

Aunque el amor tenga mucho de "magia", al menos en el sentido más vulgar de sus acepciones, si algo en el mundo puede entrar en conflicto con la magia es el auténtico Amor. En tanto que la magia constituye el intento -exitoso o no- de forzar mediante métodos ilícitos lo que sólo cabe esperar sin el auxilio de entidades preternaturales (ocultas fuerzas de la naturaleza como pueden ser los elementos o estas fuerzas personalizadas en los demonios). Según su hagiografía, San Cipriano (antes de su conversión al cristianismo) practicaba la magia negra. Quiso atraer a una joven cristiana con sus malas artes, pero el nigromante Cipriano pudo comprobar que la Cruz de Cristo bajo la que se había puesto la joven cristiana no se sujetaba a sus hechizos. Reconociendo el poder de la Cruz, el hechicero se convirtió al cristianismo.

El Amor es la sede por antonomasia del libre albedrío: la persona que ama a otra la ama sin que ese movimiento amoroso pueda ser forzado. Pero el lector no ignorará la confusión que se produce entre amor y sexo. En este aspecto, desde la más remota antigüedad las brujas, confundiéndose con las alcahuetas (la obra clásica de "La Celestina" nos ofrece un ejemplo) han ejercido un papel de intermediarias entre personas que requieren sus malos oficios para lograr el goce sexual con la persona deseada.

Pero también se las acusaba, a las brujas, de practicar rituales eróticos heterodoxos y, a veces, aberrantes en lo que se llamaba "aquelarre". ¿Qué relación puede tener la magia con el sexo? Aun a riesgo de vulgarizar cuestiones que sólo pueden ser comprendidas después de mucho estudio e incluso práctica (que no recomendamos por su intrínseca peligrosidad), podemos aludir a las confesiones de un ocultista de la talla del alemán Arnold Krumm-Heller (1876-1946) que sobre el particular declaró en una de sus conferencias: "...que para mí en la vocalización, en el uso de los mantras y la oración, mediante el despertar de las secreciones sexuales, reside el único camino de llegar a la meta y todo lo demás, que no sea por aquí, es perder lastimosamente el tiempo". Lo que Arnold Krumm-Heller describía eran las fases de una operación mágica practicada en algunos círculos ocultistas: en primer lugar, la vocalización (evocación lo más perfecta posible de las fuerzas ocultas) que simultáneamente ha de correr pareja a la profunda meditación (oración), y todo ello a la vez que se estimulan las "secreciones sexuales".

Al igual que en el ocultismo, lo que se pretendía en aquellos aquelarres de brujas, auténticas orgías sexuales, era propiciar un estado de conciencia alterado -diría la psicología dogmática-, lo que en términos ocultistas es muy parecido a lo que se logra en ciertas prácticas hindúes, como son el tantrismo de la mano izquierda que busca la excitación de la fuerza mágica con sede en el interior de todo hombre y mujer, llamada por los hindúes "kundalini".

A lo largo de la historia, una de las intenciones que han movido a los magos y magas de todas las épocas ha sido, precisamente, la de forzar de manera ilícita el amor, en cuyos feudos radican los fueros de la libertad personal. Se trata de un delito que no podemos calificar de otro modo que satánico. Y es que, en correcta lógica y buena moral, nadie debe violar el fuero interno de la persona. Sin embargo, los brujos y brujas no sólo tratarán de averiguar si el amor que demanda su eventual clientela es correspondido o no (por artes adivinatorias), también tratarán de "forzarlo" mediante el hechizo que a veces es llamado "ligamento". Cornelio Agrippa de Nettesheim nos ofrece algunas pistas en su "Filosofía Oculta".

En la tradición popular existe una palabra para una modalidad específica de "ligamento" que, por cierto, tuvo que ser muy empleada en el territorio de la provincia de Jaén. Nos referimos a lo que en algunos pueblos se llamaban "aliñados". Los "aliñados" solían ser hombres que habían perdido sus facultades volitivas, su voluntad había sido anulada, según se creía por efecto de un hechizo llamado el "aliño". "A éste lo han aliñado..." decían y todavía dicen los viejos. Este hechizo podía ser aplicado por la mujer que pretendiera someter la voluntad de ese hombre. Para ello se recurría usualmente, según creencia popular, a mezclar una porción considerable de residuos menstruales de la mujer en cuestión con alguna bebida que se preparara para el malhadado. Si el hombre bebía aquel nefasto bebedizo, su voluntad pasaba a estar sujeta a los dictámenes de la mujer.

La hechicera más famosa de todo el reino de Jaén en el siglo XVII no fue, ni mucho menos, la pobre echadora de habas que ha merecido nuestro interés más arriba. La más célebre fue, según el criterio del estudioso Coronas Tejada, Ana de Jódar, vecina de Villanueva del Arzobispo que no dudamos que fuese una experta en "aliños".

Acusada de "hechicera, embustera e invocadora de demonios, con los cuales tenía pacto y los consultaba", ayudó a una vecina suya a maleficiar al esposo de ésta. Para ello aconsejó el método hechiceril que lograse dar con el pobre esposo desamado en la fosa. Parece ser que esos nefandos métodos brujeriles procuraron que el pobre hombre se fuera secando poco a poco. Fue Ana de Jódar la que también hizo los oficios hechiceriles a esta mujer liviana, a través de los cuales pudo atraer a los hombres a voluntad, llevándolos a su lecho adulterino.

Parece ser que las malas artes de encantamiento no funcionaron con uno de los hombres que la ardorosa cliente requería de amores. La bruja alegó que el hombre que se le escapaba al influjo de sus métodos de brujería era sacerdote. Las artes mágicas parecían no tener potestad sobre las órdenes sagradas que había recibido el sacerdote. La historia de San Cipriano se volvía a repetir: la Cruz de Cristo era invulnerable a las asechanzas mágicas.

A pesar de estos delitos, la sentencia que emitió el Santo Oficio de la Inquisición para Ana de Jódar no pasó de la vejación pública que de la rea se hizo, administrándole doscientos azotes en el auto de fe que se verificó en Córdoba. Unos cuantos latigazos más se le darían en Villanueva del Arzobispo. Y como colofón, Ana de Jódar fue desterrada de su pueblo por seis años. Aunque supuso un castigo severo -en cuanto a los azotes, que podemos imaginar que no se trataron de cosquillas- es de destacar que por menos de lo que se le atribuía a Ana de Jódar, las inquisiciones contemporáneas de cuño protestante de Europa y América la hubieran quemado viva en la hoguera (recuérdese el famoso caso de las brujas de Salem).



UNA BRUJA DE ALCALÁ LA REAL.



Por esos tiempos en que ejercían el oficio brujeril en el reino de Jaén las más arriba mencionadas, encontramos el proceso de una mujer de Alcalá la Real. Su nombre es María Montes, que a la sazón, cuando es incoado proceso contra ella, contaba con más de cien años de edad. Esta longeva bruja, nos resistimos a pensar que hiciera pacto con el diablo para llegar a tan venerable edad, fue condenada al destierro por cuatro años. La Inquisición, haciendo alarde de mucho sentido común y humanidad, la eximió de los azotes por la sencilla razón que podemos suponer: a esa edad no hubiera resistido un castigo tan duro.



LA LEYENDA NEGRA DE LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA.



En efecto, aunque todos los tribunales inquisitoriales nos aterren y merezcan nuestra reprobación desde la mirada que nos proporciona la altura de los tiempos, es de justicia que hagamos de notar que la mala fama que sobre la Inquisición española pesa es obra inicua de la Leyenda Negra que se vertió sobre la católica España. Nuestra nación fue durante mucho tiempo objeto de todos los ataques de las potencias protestantes y cismáticas de Europa. Las imprentas de Amsterdam, a sueldo del oro de Inglaterra, eran las primeras interesadas en desprestigiar a España, acusando a nuestros antepasados de fanáticos oscurantistas, cosa que parecen haberse creído muchos españoles contemporáneos desinformados.

La historia (los trabajos de D. Julio Caro Baroja, por ejemplo) demuestra que los inquisidores españoles eran hombres formados que no carecían de cierto escepticismo e incredulidad sobre los supuestos pactos diabólicos de las brujas, cosa que los prevenía ante muchos casos que no pasaban de ser mera histeria colectiva o patologías psiquiátricas de sus convictos. Mientras tanto, la historia muestra que los inquisidores protestantes eran mucho más crédulos y fanáticos, y tanto más bárbaros que sus homólogos españoles.

Los actos de barbarie que se imputarían a la Inquisición española son en buena parte fábulas interesadas y sesgadas que, en la literatura de propaganda protestante se llevaron hasta el delirio paroxísmico. Los ilustrados y racionalistas hombres europeos y euroamericanos, desde Kant hasta E. A. Poe, especularían mórbidamente sobre los autos de fe de la Inquisición española, mientras pocos son los que hacen el ejercicio de estudiar y recordar que las inquisiciones -protestantes- no se quedaban mancas, sino que tenían el brazo mucho más largo y contundente. Pero, eso, será cuestión de otro artículo.

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