viernes, 29 de agosto de 2014

USOS BÁRBAROS O GUERRA PSICOLÓGICA




LAS CABEZAS CORTADAS


Manuel Fernández Espinosa

La decapitación era una ancestral costumbre entre los celtas. Algunos intérpretes han supuesto que se trataba de sacrificios humanos, pero no existen evidencias de que así fuese. Todo indica que los celtas cortaban las cabezas de sus enemigos con el propósito "mágico" de apropiarse supersticiosamente de la fuerza del enemigo, también lo hacían con el propósito intimidatorio de aterrorizar a los adversarios, es por eso que exhibían las cabezas cortadas en las murallas, como se desprende de los restos del yacimiento de Puig de Sant Andreu. Conviene no confundir la decapitación practicada por los celtas con el culto que estos profesaban a los cráneos de sus difuntos, aunque tanto la práctica bélica intimidatoria como el culto funerario a las cabezas encuentran su sentido en un hecho subyacente: los celtas estaban convencidos de que la cabeza era la parte más noble del ser humano, la sede del pensamiento.
 
No fueron los celtas el único pueblo que cortaba las cabezas de sus enemigos. En el mundo islámico es una práctica habitual, como desgraciadamente estamos viendo en estos días. Pero lo que subyace a la decapitación practicada por los mahometanos es un propósito muy distinto al que buscaban los celtas: la creencia que sostienen los musulmanes es que si se cercena la cabeza de alguien, su espíritu no podrá nunca descansar en paz, por eso se recomienda hacerlo a los no-creyentes y es menos frecuente que se realice entre musulmanes. Pero el propósito de este artículo no es entrar en este asunto. Lo que queremos es dejar clara la razón por la cual los franceses y, en mayor medida, los españoles decapitaban a los rifeños del Magreb. Y nos impulsa a hacerlo la indignación intelectual que nos causa que puedan compararse aquellas decapitaciones que practicaron las tropas españolas y francesas con las que hoy siguen practicándose en algunas partes del planeta, amenazadas y estragadas por el fundamentalismo islámico.
 
Según el capitán Fortea, uno de los pocos prisioneros que los rifeños de Abdelkrim hicieron en el Desastre de Annual de 1921: "Abdelkrim se puso el fajín del general Silvestre, lo llevó los días posteriores al desastre de Annual y cortó la cabeza del general transportándola por todo el camino hasta las puertas de Tetuán como prueba fehaciente de la gran victoria rifeña".
 
La nefasta política de Alfonso XIII y su generalato inepto condujeron a muchos españoles a una muerte horrible: en Monte Arruit, por ejemplo, los rifeños asesinaron brutalmente a casi 3.000 soldados españoles, entre las prácticas más crueles destacaba el destripamiento de los prisioneros vivos, a los cuales ataban sus manos con sus propias tripas, también hubo orgías de decapitaciones.
 
Los españoles, advertidos de lo mucho que a los rifeños aterrorizaba la idea de que les fuese cortada la cabeza, empezaron a ejecutar esta práctica, incluso fotografiándose con fines propagandísticos de guerra psicológica. En ella, es fácil imaginarlo, había revanchismo, pero también había un mensaje intimidatorio; pues, aunque los españoles (la mayoría católicos) no creían en tal superstición podían imaginarse el pavor de sus enemigos, a los cuales nada asustaba más que pensar en su decapitación por ser este desmembramiento el impedimento de su alma para acceder a su paraíso. La práctica no se empleó solamente a principios del siglo XX, en el conflicto con los rifeños; ya había sido empleada con profusión durante la Reconquista y las crónicas cristianas refieren que un modo de celebrar la victoria para los cristianos peninsulares era retornar a sus posiciones portando en sus lanzas o espadas la cabeza de un moro; lo cual era, además de trofeo, un modo de crear el terror entre las poblaciones musulmanes sometidas. Pero nunca un español cortó la cabeza a un moro por simple ensañamiento o por la superstición de dejar su alma vagando por el mundo, como algunos de ellos hacen.
 
Y esto queríamos decir, para que cuando se hable de este tema se cuente con una aproximación al tema en clave antropológica y religiosa y no se digan memeces o se establezcan comparaciones imposibles.

BIBLIOGRAFÍA:

"Annual 1921. El desastre de España en el Rif", Manuel Leguineche, Alfaguara, Madrid, 1996.
 

viernes, 22 de agosto de 2014

UNA LÁPIDA FUNERARIA PARA UNA NIÑA ROMANA


"Lápida romana ubicada en la fachada del palacio de los Golfines de Abajo, Cáceres"

Luis Gómez

Antonio García y Bellido, en su libro “Veinticinco estampas de la España antigua” nos ilustra con un capítulo dedicado a los epitafios romanos.

España posee un amplio pasado romano, y las lápidas halladas en casi todos los pueblos de nuestra Piel de Toro así lo atestiguan.

Generalmente, este tipo de laudas funerarias se componen de unas cuantas letras esculpidas en piedra, en donde según unas reglas establecidas, se indica el nombre del finado, edad, filiación y en muchos casos los nombres de quienes dedican el monumento funerario. Suelen terminar con la consabida fórmula de: S.T.T.L. “Séale la Tierra Liviana”, queriendo indicar, que el peso de la tierra que ahora soporta el difunto, sea lo más llevadero posible desde ese momento hasta la eternidad.

Cuando leí por primera vez el libro de Bellido, me llamó (-y al autor del libro le pasó al parecer lo mismo-) poderosamente la atención esta lápida dedicada a una niña romana, que por su curiosidad y belleza transcribo entera con las anotaciones del propio Antonio García Bellido.

Dice así:

“No puedo renunciar a transcribir, como colofón de este menguada serie de ejemplos, el más bello epitafio pagano de todos los por mí conocidos, epitafio que une a su extremada sencillez el origen vulgar de su motivo y el hondo sentido lírico que su autor, el español Martialis (cuya pluma se ensució tantas veces con los más obscenos versos), supo darle. Martialis dedica su epigrama a Flaccilla, niña muerta de apenas seis años, y termina glosando el vulgar sit tibi terra levis, fórmula corriente –como se ha visto- en los epitafios, de este delicado modo:

Que no cubra sus tiernos huesos un duro césped, ni tú ¡oh tierra! gravites en demasía sobre ellos… ¡pesó tan poco ella sobre ti!...

Pero transcribámoslos por una vez en su lengua originaria para saborear en ella la concisión de la frase y la belleza de la fórmula:

Mollia non rigidus caespes tegar ossa, nec illi, -Terra, gravis fueris: non fuit illa tibi.


"El calagurritano Marco Valerio Marcial"

El español Marcial había nacido en lo que hoy es la actual Calatayud alrededor el año 40 d.C. Es considerado uno de los mejores poetas y escritores satíricos de su época. Discípulo de Séneca viajó a Roma para perfeccionarse, pero la caída en desgracia y posterior suicidio de su mentor hicieron que éste quedase desamparado y que hubiese de ganarse la vida de muchas formas. Una de ellas era la de escribir por encargo, costumbre ésta muy extendida en la antigüedad. Redactar cartas, poemas de amor (o desamor) epitafios, o escritos en los que se ridiculizaba a un adversario o enemigo, eran cuestiones en las que se afanaban estos escritores. La fama de sus trabajos llegaba a ser tal, que en ocasiones se hacían bastante famosos.

Marcial ha pasado a la historia como poeta, pero se le conoce más por sus ácidas sátiras, que dejaban muy mal parados a los receptores de sus dardos. Es por ello que llama poderosamente la atención en la forma delicada que tiene de pedir a la Tierra, que no haga sufrir el pequeño cuerpo de Flaccilla, pues ella, niña de corta edad, apenas pudo haberle pesado mucho.   

martes, 19 de agosto de 2014

LA SANTA COMPAÑA



UN MITO GALLEGO Y SUS VARIACIONES EN ESPAÑA Y EUROPA

Manuel Fernández Espinosa
 


Uno de los mitos más arraigados en Galicia es el de la "Santa Compaña". Pocos serán los que no hayan escuchado hablar de este mito galaico. Creencia transmitida de padres a hijos, la Santa Compaña es ingrediente del acervo gallego popular. El mito también aparece literaturizado (sit venia verbo) en la novela "El bosque animado" de Wenceslao Fernández Flórez. Álvaro Cunqueiro aporta su propia versión en "Las crónicas del sochantre" trasponiendo el grupo de almas en pena a una Bretaña fantástica. Manuel Murguía y los estudiosos de los mitos, leyendas y tradiciones galaicas la han tratado, aunque algunos de estos eruditos que vivieron en los años finales del siglo XIX y los de principios del XX estaban bajo la influencia nefasta de la Sociedad Teosófica por lo que su comprensión del mito de la Santa Compaña se ve distorsionado por elementos extraños.  

Para saber lo que es viene bien una exposición breve y clara, como la que realiza Ana Liste: "La santa compaña está formada por un grupo de ánimas que suelen ir en dos hileras, vestidas de blanco o envueltas en sudarios, con las manos frías y los pies descalzos. Sólo se ven por delante y no se les puede dar la espalda". La creencia es que esta comitiva de ultratumba pasea lo mismo de día que de noche, aunque de día no se le ve y solo puede sentírsela por el escalofrío que provoca su invisible paso, sin embargo hay días señalados en los que pueden aparecérseles a los vivos: en la noche de Todos los Santos y en la noche de San Juan. Su aparición puede ser presagio de futuras defunciones o simplemente surgen de lo invisible ante los aterrorizados ojos de un vivo para relevar al vivo que ha llevado durante un tiempo indeterminado la cruz de guía que abre la macabra procesión.
 
La Santa Compaña está relacionada con los cruces de camino y, siendo esto así, hay que remontar el mito a las antiguas creencias de los Lares Viales y, para ser exactos, a los Lares Compitales, suerte de dioses que presidían las encrucijadas o acompañaban a los viajeros por los caminos. Aunque empleemos el nombre latino, el nombre no sería más que la lectura romanizada de tradiciones ancestrales propias de los pueblos peninsulares que se asemejarían a las romanas. Xosé Carlos Bermejo Barrera establece una relación entre los Lares Viales y la Santa Compaña, en estos términos.
 
"Os Lares Viales son uns deuses de carácter funerario e psicopompo, é decir, que están encarregados de conducir ás almas dos mortos ao Hades. Réndeselles culto nas encrucilladas, onde se supón que converxen as almas dos mortos. Nelas erguéronselle moimentos como o Hermathena de Amorín (Pontevedra), constituídos por unha coluna rematada por unha cabeza con dobre ou triple face, na que se realizaban libacións -ofrendas líquidas- de aceite ou doutros produtos".
 
[Aunque puede leerse, traduzco: "Los Lares Viales son unos dioses de carácter funerario y psicopómpico, o sea, que están encargados de conducir a las almas de los muertos al Hades. Rendíaseles culto en las encrucijadas, donde se suponen que convergían las almas de los difuntos. En ellas se erigieron monumentos como el Hermathama de Amorín (Pontevedra), constituidos por una columna rematada por una cabeza con doble o triple rostro, en la que se realizaban libaciones -ofrendas líquidas- de aceite u otros productos"].
 
El "Hermathena" era una estatua parecida al "herma". El "herma" consistía en un pilar sobre el que se colocaba la cabeza de Hermes. Hermes o Mercurio era divinidad que también cumplía funciones relativas a la custodia de los caminantes, debido a su especial protección del comercio (y de los ladrones). El Hermathena de Amorin, al que se refiere Bermejo Barrera podría representar, si es de dos cabezas a Jano o bien a Mercurio y Minerva, si fuese de tres hay que pensar en Hécate, diosa griega de la brujería y reina de los muertos, así como diosa de las encrucijadas: la Trivia romana. La diosa triple -Hécate- tiene también su plasmación en las tres diosas del destino: Moiras griegas, Parcas romanas, Nornas nórdicas y la Morrigan céltica. Shakespeare las presentó bajo el aspecto de las tres brujas que le predicen oracularmente el destino a Macbeth, al inicio de su tragedia homónima.
 
Bermejo Barrera termina concluyendo con estas palabras:
 
"Se pensamos no folklore actual da encrucillada, á que acude a Santa Compaña, agrupación das almas dos difuntos que non están corectamente integradas no mundo dos mortos, xa que non están nen no ceo nen o inferno, senón nun lugar intermedio, o purgatorio. E se temos en contra a existencia dos cruceiros, colunas similares á mencionada anteriormente, aínda que coroadas por un crucifijo, veremos que as coincidencias son dun grande interés e que nos permiten establecer claramente o paralelo entre a relixión antiga e o folklore contemporáneo, ao que xa fixéramos mención".
 
["Si pensamos en el folklore actual de la encrucijada, a la que acude la Santa Compaña, cofradía de almas de difuntos que no están correctamente integradas en el mundo de ultratumba, ya que no están ni en el cielo ni en el infierno, sino en un lugar intermedio o purgatorio. Y teniendo en cuenta la existencia de los cruceiros, columnas similares a la mencionada más arriba, aunque coronadas por un crucifijo, veremos que las coincidencias son de un gran interés y que nos permiten establecer claramente el paralelo entre la religión antigua y el folklore contemporáneo, al que ya hacíamos referencia"].
 
Sin embargo, aunque ha sido Galicia el reino que mejor ha conservado leyendas de la Santa Compaña, el fenómeno de la comitiva de ultratumba está sobradamente documentado en toda la Península Ibérica, de norte a sur y de este a oeste. Veamos, a título de somero repaso: con diversos nombres como Hueste, Güestia, Güéspeda, Estadea, Estantigua, Santa Bovia, la encontramos en Asturias, en León, en Extremadura y Castilla, en las Hurdes se le llama la "Genti de Muerti" o "El Cortejo de la Gente Muerta". En lo que respecta a las tierras meridionales podemos citar una tradición y también una leyenda local recogida por nosotros mismos el año 1998 y publicada en la revista ÓRDAGO (reproduzco la leyenda abajo) y, en cuanto al otro caso de "cortejo de ultratumba" en Andalucía, baste nombrar al llamado "El Blanco Cortejo" que refiere la famosa tradición jiennese del descenso de la Virgen María a la ciudad de Jaén en la noche del 10 al 11 de junio de 1430, del que existen incluso las declaraciones juradas de los testigos que pudieron ver un cortejo celestial procesionar por las calles de la collación de San Ildefonso de Jaén.
 
La Santa Compaña puede también relacionarse con la llamada "cacería salvaje" nórdica, el alamán Wōđinaz, mito del folclore europeo presente en los países nórdicos y célticos: una horda espectral que recorre el mundo, a la cabeza de la cual va Odín. Algunos han visto en este mito una traslación de las cofradías de guerreros iniciados bajo el signo del oso o del lobo. Hay que señalar que, como bien indica el erudito y ocultista sueco Thomas Karlsson, Odín está relacionado con el lado oscuro, como dios de los ínferos donde habitan los muertos. La leyenda de la "cacería salvaje" se transfiguró con el cristianismo, poniendo al frente de la misma a personajes tan varios como Teodorico el Grande, Carlomagno, el Rey Artús, Valdemar Atterdag Rey de Dinamarca o, en Cataluña, el conde Arnau.
 
 
LA COMPAÑA DE LA DEVOTA (Leyenda tosiriana). *Tosiriano: gentilicio de las gentes de Torredonjimeno (ciudad del reino de Jaén).
 

 
Se trata de un relato basado en una leyenda oral que recogimos para la revista ÓRDAGO de Torredonjimeno. Demuestra a grandes rasgos que la Santa Compaña no es creencia exclusiva de las tierras del norte español en que se la conoce como Santa Compaña, Estantigua, Hueste... La leyenda se la escuché a doña Juana Ortega Serrano (q.e.p.d.) que a su vez decía haberla escuchado contar a Carmen "la Raimunda" ("rezadora") cuando en las tardes ambas mujeres solían juntarse para coser juntas, como tenían por costumbre después del rezo del Rosario. He dado forma literaria al relato. Dice así:

"Hace mucho tiempo, una tosiriana quiso ir a Jamilena, para cumplir una piadosa promesa que tenía hecha a Nuestro Padre Jesús. Su marido le negó rotundamente que marchara al pueblo vecino, pues no veía con buenos ojos que su cónyuge se fuera sola y a su aire por los caminos, no estando él dispuesto a acompañarla, pues el esposo tenía cosas mejores que hacer en la taberna.
 
La esposa, sabedora de las costumbres de su marido, aguardó a que éste se fuese a la taberna y, en ausencia de él, salió de la casa y tomó la trocha de Jamilena a grandes zancadas, para cumplir su promesa. Pensaba la mujer que le daría tiempo a ir y volver de excuso, sin que su esposo lo advirtiera.
 
Pero la fatalidad dispuso que, una vez cumplido su voto, una tormenta retrasara la hora de su regreso al hogar. Ese retraso dio al marido el tiempo justo para regresar al hogar, pero al no encontrar seña alguna de su mujer, comenzó a buscarla, llamándola a grandes voces mientras crecía su enfadado. Nadie le respondía y sospechó que su costilla, desobedeciendo su mandato, había ido a Jamilena a sus espaldas. Su cólera aumentó y ciego de ira, tan sólo pensaba en castigar el desacato, propinándole a la pobre unos sopapos. Marchó el varón al encuentro de su mujer por la vieja trocha que era la que los promitentes y todo viandante tomaba para ir a Jamilena.
 
La tormenta se disipó, amainó el aguacero, y apremiada por el temor a su marido, la mujer retornaba a Torredonjimeno por la trocha, consciente de su retraso, apretando el paso y encomendándose a las benditas ánimas del purgatorio. Esperando que se aplacara el chaparrón se le había cerrado la noche a la buena mujer, y cuando pudo emprender el regreso rezaba para que su marido se hubiera acostado sin que se le ocurriera preguntarse dónde estaba ella. Asustada y a oscuras, la mujer chapoteaba en los charcos que la lluvia había formado sobre el sendero.
 
Por fin, marido y mujer se encontraron en un hito del camino. El varón le dijo: "No te voy a dar una paliza, porque viene mucha gente contigo".
 
La mujer, extrañada, se giró y, sin ver a nadie, preguntó: "¿Pero de qué gente hablas?". El marido le contestó, temblándole la voz al ver de cerca a la rumorosa compaña de su esposa: "¿Pero es que no los ves? Todos esos que vienen con velas detrás de ti".

 
Y es que el hombre estaba viendo a las benditas ánimas del Purgatorio que, envueltas en sus sudarios, con los cirios en sus manos y gimiendo oraciones, venían en procesión en pos de la devota mujer, custodiándola para evitar el escarmiento que el marido quería hacer en ella."

 
BIBLIOGRAFÍA:

 
-Álvaro Cunqueiro, "Las crónicas del sochantre" (novela). Este autor es muy recomendable y en su vasta obra literaria pueden encontrarse muchísimas referencias en artículos a las tradiciones galaicas con sus respectivas vinculaciones al mundo celta irlandés y bretón.
 
-Wenceslao Fernández Flórez, "El bosque animado" (novela).
 
-Ana Liste, "Galicia: brujería, superstición y mística" (ensayo), Penthalon Ediciones, 1987.
 
-X. C. Bermejo Barrera, "A cultura castrexa", publicado en "Historia de Galiza" (varios autores), Caixa de Aforros de Galicia/Caja de Ahorros de Galicia, Editorial Alhambra, 1980. (Historia)
 
-Fernando Sánchez Dragó, "Gárgoris y Habidis: una historia mágica de España" (ensayo).

-Thomas Karlsson, "Uthark. Nitghtside of the Runes".
 
-Leandro Carré Alvarellos, "Las leyendas tradicionales gallegas" (recopilación de leyendas).
 
-Vicente García de Diego, "Antología de leyendas" (recopilación de leyendas).
 
-Juan Montijano Chica, "El Blanco Cortejo", Premio de la Excma. Diputación Provincial de Jaén en el Certamen Literario organizado por el Instituto de Estudios Giennense, con motivo del III Año Jubilar de Nuestra Señora de la Capilla, Patrona de la Ciudad, Jaén, 1961.
 
-Luis Gómez López y Manuel Fernández Espinosa, ÓRDAGO, revista cultural de Torredonjimeno. Para información relativa a esta revista impresa, el lector puede contar con EL BLOG DE CASSIA que acoge artículos de temática muy variada.
 
 

viernes, 15 de agosto de 2014

BORRICOS RESFRIADOS

Imagen de www.rpp.com.pe



Por Antonio Moreno Ruiz 

Historiador y escritor



Ayer vi en Tve Internacional un reportaje sobre gitanos españoles en Buenos Aires, la flamante capital de la Argentina. Y la mayoría de los que salían en el reportaje dizque viven del “flamenco”. ¿Flamenco? (1) ¡Je! La mayoría, por su forma de hablar, eran madrileños. Cuando los escuché cantar, parecían borricos resfriados, moda que se instaló gracias a los malos imitadores de Camarón de la Isla QEPD. (2) Y encima, "fusionando" con ritmos que ni van ni vienen a esta música tan rica, herencia de una alquimia romántica donde se amalgamó lo oriental, lo barroco y lo hispanoamericano. No pocos con un discurso victimista-racistoide y la gran mayoría, de la iglesia evangélica de Filadelfia. Toma ya, casticismo puro... ¿Esto es la “marca España”?

Y luego promocionan al también madrileño Diego el Cigala por Hispanoamérica como “el mejor cantaor”… No “uno de los mejores”, no, “el mejor”. Vamos, que canta mejor que Arcángel, por ejemplo. Hombre claro… Y buen ejemplo que da el muchacho cuando sale en la televisión…


Imagen de es-es.facebook.com



Y bueno, cómo gusta esa etiqueta de "marginalidad"... Y yo me pregunto: ¿En qué les beneficia eso? O ya puestos, ¿desde cuándo han sido marginales las familias gitanas de toda la vida de Utrera, Écija, Triana, Calañas, Jerez de la Frontera, Granada y etc.? No nos engañemos, porque estamos ante una enésima impostura. Buena parte del pueblo calé siempre ha sido gente tradicional y de orden. Y no sólo en Andalucía: No olvidemos que al santo Pelé (aragonés) lo mataron los milicianos rojos por defender a ultranza la fe católica.


Imagen de gitanosconmayusculas.blogspot.com



Y otra cosa:  ¡qué tienen que ver esas voces aguardentosas y artificiosas, y esas palmas que más que palmas parecen garrotazos, con cantaores de la talla de la Niña de los Peines, el Gloria, Antonio Mairena, Manolo Caracol (3), Perrate de Utrera y tantos otros cantaores gitanos que han engrandecido el flamenco?


En fin: Fraude. El flamenco, en puridad,  es una música que se gestó en Andalucía gracias a la maestría de Silverio Franconetti como molde musical cuasi absoluto; ramificándose a posteriori (y lógicamente) por Extremadura y Murcia. Si no se ha nacido/criado en el sur, lo que se puede dar es un "flamenco aprendido", lejano a su natural estructura fonético-poética, que de "pureza" tiene lo mismo que yo entendedor de coleópteros. El flamenco no es exclusivamente gitano ni nunca lo ha sido: El gitano que canta bien (que los hay, y muy buenos) lo hace a fuer de artista y andaluz, y no por esoterismos de cuevas escondidas ni historias chinas.

¡Basta ya de estereotipos estafadores, y encima promocionados por la televisión estatal!




(1) Véanse:

CONFERENCIA "LA HERENCIA HISPANOAMERICANA EN EL FL...



(2) Que conste que no es una crítica a Camarón, el cual, como todos los genios, fue innovador a la vez que se nutrió de la tradición. No, la crítica no es por él, sino por muchos que pretenden imitarlo, obteniendo pésimos resultados.


(3) Como curiosidad, valga decir que Caracol no era gitano puro, sino mestizo. Medio montañés, concretamente. Véase: A propósito de su centenario. ¿Era gitano Manolo Caracol?

jueves, 14 de agosto de 2014

DEL COLOR PARDO



Pastor con su rebaño, al fondo la portentosa Catedral de Burgos. Principios del siglo XX

EN LAS TIERRAS Y GENTES DE CASTILLA

Por Manuel Fernández Espinosa

Recientemente tratábamos "Del color negro. En el vestir mediterráneo", pero otro de los colores predominantes en la cultura peninsular es el color pardo. El Diccionario de la RAE define "pardo" así: "Del color de la tierra, o de la piel del oso común, intermedio entre blanco y negro, con tinte rojo amarillento, y más oscuro que el gris". Su etimología es latina y nos remite al "leopardo" ("pardus" en latín). El pardo es un color asociaciado con la tierra.
 
La Generación del 98 fue la que más énfasis puso en el color pardo, identificándolo con la Castilla, la misma Castilla que fue constante estímulo para las meditaciones y poemas de los integrantes de esa Generación Literaria. Es así que encontramos los sayos pardos de los pastores castellanos de Antonio Machado, los "poblados pardos" de Azorín... En las andanzas de Unamuno con sus amigos por Castilla la conversación a menudo recalaba en el color, según consta en los libros de viaje del vasco: "En el teso de San Cristóbal, entre Formoselle y Villarino, no lejos del encuentro del Tormes con el Duero, comparábamos colores a colores [...] Los hombres estaban de severo pardo". Pero, sin ninguna duda, el que mejor expone la teoría del pardo como color nacional es Ciro Bayo, por eso -aunque es un tema que permanece en la Castilla literaria del 98, repararé en la teoría que expone Bayo por boca de un extranjero. 
 
Ciro Bayo merece una presentación, siquiera sea breve, pues su fama no corresponde a la calidad de su obra escrita. Ciro Bayo y Segurola nació en Madrid el 16 de abril de 1859 y falleció el 4 de julio de 1939 en la misma villa. Sin embargo, fue uno de los más personajes más aventureros de los que mantuvo vínculos con la Generación del 98, tan viajero o más que Valle-Inclán. A los 16 años se escapó de la casa y se enroló en las tropas carlistas, combatiendo bajo el mando de Antonio Dorregaray y resultó capturado por el enemigo en la acción de Cantavieja de 1875. Cuando recobró la libertad emprendió sus viajes que lo llevaron a recorrer España, Europa y América. Además de su labor traductora (tradujo "Mis prisiones" de Silvio Pellico, un clásico de la literatura italiana del siglo XIX), Ciro Bayo es autor de una obra de cierta envergadura e indudable calidad literaria, destacando "El peregrino entretenido. Viaje romancesco" y "Lazarillo español: guía de vagos en tierras de España, por un peregrino industrioso". Sus amigos del 98 inmortalizaron su nombre más y mejor que la industria librera: Valle-Inclán lo presentó en "Luces de Bohemia" bajo el nombre de "Don Peregrino Gay", Azorín, Unamuno, los Baroja lo elogiaron con comentarios, incluso podríamos decir que le tomaron prestadas (no digamos "plagiaron") algunas de sus ideas. Él mismo se presentaba con estas palabras: "Soy artista, soy escritor [...] me siento enemigo de la sociedad actual; yo, que odio la vida reglamentada y codificada, no soy ni idealista ni utopista, ni pensador ni energúmeno, ni apóstol ni sicario. Soy un estoico, al que no se le da nada de la vida corriente [...] Lo confieso: soy un español rezagado del siglo XVII".
 
Es en "El peregrino entretenido" de Ciro Bayo donde nos encontramos una de las formulaciones más convincentes de la primacía del color pardo sobre el espíritu castellano. Este delicioso libro de viajes, aplicando la técnica picaresca, es de 1910. Como colofón (Bayo lo titula "Conclusión") tenemos los dos capítulos finales: "La vuelta a Madrid" y "La raza parda". En las páginas de "La raza parda", Ciro Bayo se reencuentra con un personaje que ha aparecido en los primeros capítulos, para ser exactos: en el titulado "El anarquista de Valdeiglesias".
 
Se trata de Jenaro Scherer (sic) que se presenta como un entomólogo comisionado por la Universidad de Trieste para buscar un "tisanuro de los ventisqueros" por la Sierra de Guadarrama. Pero cuando Scherer andorreaba por allí estaba reciente el atentado de Mateo Morral y el anarquismo era una amenaza en toda regla, así que el pobre entomólogo triestino, sin culpa alguna, fue hallado sospechoso de actividades anarquistas, tan solo por su condición de extranjero; fue detenido por la Guardia Civil y pasó un tiempo en el calabozo de Valdeiglesias hasta que queda claro que sus actividades son del todo pacíficas. En la celda Scherer coincide con nuestro autor y cuando son liberados, se despiden. Pero es al final del libro cuando vuelven a encontrarse. Y es aquí, en el reencuentro, cuando Scherer y Bayo matienen un sabroso diálogo sobre la "raza parda".
 
Algunos (los pocos, lamentablemente) estudiosos de Ciro Bayo sostienen que Jenaro Scherer es un "alter ego" del escritor peregrino, pero bien puede ser que Bayo conociera en sus andanzas hispanoamericanas a un misionero franciscano contemporáneo, a la sazón llamado Fray Genaro Scherer. Este franciscano se ocupaba de la conversión de los indígenas de Ascensión, en la provincia de Guarayos (Bolivia) y, además de instruir en el catecismo y alfabetizar a los indios, tenía entre sus quehaceres la recopilación de la cultura indígena, su fauna y flora, como se desprende de los informes de la "Esposizione d'Arte Sacra e delle missioni ed opere cattoliche" de Turín, de 1898. No creo que Genero Scherer anduviera por la meseta castellana, como nos lo pinta Bayo, filosofando sobre el ser de los españoles, pero el nombre del personaje que aparece en "El peregrino entretenido" Bayo hubo de tomarlo de este misionero y nadie sabe si Bayo y fray Genero Scherer mantuvieron algún coloquio sobre la "raza parda" en Bolivia, pero sería muy probable.
 
En el diálogo (real o ficticio) del que se da cuenta en el libro que comento, Scherer enuncia su teoría de la "raza parda". Hablando de Madrid y la tierra que la circunda, Scherer dice: "Ese tono de color, o porque persiste en la retina o porque es en realidad, me hace llamar a estos llaneros la raza parda [...] Pero lo que justifica mi título de raza parda, entre otras cosas, es la afición de estos llaneros a vestirse de pardo y, en general, de color oscuro. No se ve entre ellos aquella algarabía de colores en indumentaria que tan agradable hace la perspectiva de los pueblos del norte, del sur o de levante; son pocos los que visten de blanco, o de encarnado, o de verde, y los que lo hacen es por moda y no porque les salga de adentro. El negro o el pardusco, son los colores favoritos suyos, como lo fueron de los hidalgos de ropilla y manto. De los campesinos no se diga, ¿no les llaman ustedes pardillos o pardales por el color de su indumentaria?".
 
Bayo mantiene, durante todo el diálogo con Scherer, una actitud escéptica ante la teoría de la "raza parda" y alega que si el color pardo impera en la ropa del campesinado castellano eso se debe no a la afición, ni a una especial psicología del pueblo, sino por razones más pedestres como las económicas: "Es tela sin teñir, por ser esto en la industria casera, y aun en la industria primitiva, más barato. No han escogido este color; se lo da la materia prima" -arguye Bayo.
 
Pero su interlocutor suizo insiste, añadiendo más datos sobre la hegemonía del color "pardo" sobre las tierras y las gentes castellanas: "Los castellanos son estoicos, graves de carácter; son la gente más sobria, más morigerada y más timorata de Europa; no abusan de nada, ni del placer, ni del trabajo, ni del pensamiento. El pardo es el color de la moderación y también del cerebro".
 
Scherer ve el pardo proyectándose en todos los ámbitos de la creatividad española: desde la pintura a la literatura y hasta refiere el nombre del Palacio Real del Pardo, por el nombre que ostenta. Al mismo Felipe II lo llama el "Rey de la Raza Parda" a tenor del retrato que al Rey Prudente le hiciera Juan Pantoja de la Cruz. En cuanto a la interpretación histórica de España, Scherer reproduce los tópicos ultrapirenaicos de la literatura romántica del XIX y sus epígonos de principios del XX: fustiga a España como país de fanatismo religioso, sin que falte la memoria de la Inquisición, del Duque de Alba y, en fin, de todos los clichés de la Leyenda Negra. Scherer da por sentado que España es la resultante de la amalgama del moro musulmán y del europeo cristiano, entendiendo que todos los excesos de los españoles se deben a la "venganza" de los vencidos tras 1492 que traspasaron sus peores hábitos mentales a los vencedores, con especial mención del fanatismo religioso. En ese sentido, Scherer muy probablemente no sea el mismo Fray Genaro Scherer que conociera Bayo en Bolivia, pero podría ser cualquiera de los muchos extranjeros que por la época venían a España, con la mochila llena de tópicos en cuanto al ser de España. Algún día trataré este capítulo, pues es muy interesante por la variedad de personalidades de la cultura europea (sin que faltaran personajes siniestros del ocultismo europeo) que visitaron España en los años finales del XIX y principios del XX.
 
Al margen de esos desatinos de Scherer, el diálogo entre Bayo y Scherer expone con agudez una de las percepciones del carácter mesetario peninsular; y no una percepción cualquiera, sino la que cosechará más adeptos y más calará entre propios y extraños. Algunas de las ideas que aparecen en este texto se convertirán más tarde en tópicos sobre los cuales variarán los noventayochistas que tendrían más éxito literario que el gran español rezagado del siglo XVII nacido en el XIX y muerto en el XX: Ciro Bayo y Segurola.
 
Si este artículo ha servido para dar a conocer a Ciro Bayo y estimular a su lectura, me doy por satisfecho.

martes, 12 de agosto de 2014

MISTERI D'ELG: EL MISTERIO DE ELCHE

 
DORMICIÓN, ASUNCIÓN EN CUERPO Y ALMA Y CORONACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA COMO SEÑORA DE TODO LO CREADO
 
Texto: Manuel Fernández Espinosa
Fotografías: José Luis Ruano
 
Queremos compartir cabalmente en estas fechas de agosto, cuando se aproxima la celebración, una escueta aproximación al Misterio de Elche que lo dé a conocer entre nuestros lectores. Al texto le acompañan unas preciosas fotografías de nuestro corresponsal en Alicante, José Luis Ruano, por lo que invitamos a disfrutarlas al final del texto.
 
 
"Es, pues, la tragedia imitación de una acción esforzada y completa, de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, separada cada una de las especies en las distintas partes, actuando personajes y no mediante relato, y que mediante compasión y temor lleva a cabo la kátharsis de tales afecciones".
Aristóteles, "Poética" (49b 24ss.)
 
Con esas palabras definía Aristóteles la tragedia griega: la "kátharsis" (purificación) era la finalidad del teatro, pues el teatro siempre ha estado vinculado a la religión: lo mismo en la antigua Grecia que en la Cristiandad medieval. El teatro medieval también encuentra su origen en el ámbito religioso: de los tropos dialogados en latín se pasó a una mayor complejidad en la escenificación componiéndose los diálogos en lengua vernácula, para que el vulgo pudiera entender la acción, y ocupando, para poner en escena las representaciones, el mismo interior de los templos, después -por ciertas corruptelas que constituían un riesgo de profanación del recinto sagrado- se sacaron esas representaciones dramáticas a las plazas de las iglesias. Incluso un dramaturgo de vanguardia, como Michel De Ghelderode (1898-1962) intentó con algunas de sus obras retornar, al menos escenográficamente, a esos orígenes medievales del teatro europeo. 
El “Auto de los Reyes Magos” es la única obra dramática de la literatura castellana que se fecha a finales del siglo XII y principios del XIII, reputándose como el origen de nuestro teatro; más tarde, continuando la tradición, vendrían los grandes autos sacramentales de Lope de Vega y Calderón de la Barca. En Castilla estas representaciones teatrales de temática religiosa se llamaron “Autos”, pero también recibieron el nombre de “Misterios”, como el de Elche. No obstante, parece que el nombre “Misterio” se reservaba para las escenificaciones de la vida de Cristo, alrededor de dos ciclos: 1) la Navidad y 2) la Pasión y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; para las representaciones teatrales cuyos protagonistas eran los santos se empleaba el nombre de “Milagros”. Sin embargo, en el Misterio de Elche la escenificación que se realiza tiene como tema central la “muerte” (dormición), la asunción y la coronación de María. La composición teatral se ha fechado como pieza de finales del siglo XV y, teniendo en cuenta que lo que se representa corresponde al penúltimo y último de los Misterios Gloriosos del Santo Rosario (en el siglo XV el Santo Rosario ya había sido instituido por Santo Domingo de Guzmán) es fácil entender que en vez de “Milagro” se haya consolidado por la tradición bajo el nombre de “Misterio”.
El Misterio de Elche se escenifica todos los años en el interior de la Basílica de Santa María de Elche, coincidiendo con la festividad católica de la Asunción de María Santísima a los Cielos. El día 13 de agosto comienza la "Alborada" que se celebra extra-muros de la Basílica, encontrando su lugar en los terrados de todas las casas de Elche, allí los vecinos comen sandías y disparan cohetes y petardería; éste será a manera del preámbulo seglar de lo que más tarde será propiamente el famoso Misterio de Elche que consta de dos partes: la “Vespra” (Víspera) y la “Festa” (Fiesta). Para asombro del público se emplea una serie de aparatos que producen ciertos efectos especiales, como son el descenso del ángel por la “mangrana” o la asunción de la Virgen María en el “Araceli” (altar del cielo).
En la "Víspera", la Virgen María entra en el templo y pide su muerte para unirse con su Divino Hijo. El ángel desciende y le anuncia que su petición será llevada a efecto. La Virgen pide también poder despedirse de los apóstoles antes de expirar. Los apóstoles comparecen y se arrodillan ante la Virgen que emite sus últimas instrucciones y expira.
En la "Fiesta" la Virgen María, yacente y amortajada, es venerada por los apóstoles con San Pedro a la cabeza de ellos: los apóstoles y las discípulas forman el séquito fúnebre y se disponen a llevar a la sepultura a la Madre de Dios, irrumpen en escena unos judíos que pretenden apoderarse del cuerpo de la Santísima Virgen, los apóstoles luchan con ellos y los judíos quedan inmovilizados; ocurre el milagro de la conversión de los atacantes judíos y, una vez bautizados por San Pedro, los mismos judíos se prestan a ayudar a enterrar a la Virgen. Pero la Virgen resucitada asciende al cielo en el “araceli” y, a las puertas de la gloria, sale a recibirla la Santísima Trinidad que la corona como Señora y Reina de todo lo creado.
El Concilio de Trento prohibió que dentro de los templos se representara ninguna obra teatral, pero ni ese veto pudo interrumpir el Misterio de Elche que, en 1632, era aprobado por el Papa Urbano VIII con carácter de excepción. Todavía es más admirable que, durante la II República española (sobradamente conocida por su anticlericalismo y persecución a la Iglesia Católica), el mismo presidente Niceto Alcalá Zamora declarara el Misterio de Elche como Monumento Nacional, corriendo el año 1931. El drama religioso que se representa en Elche es sencillo y grandioso, recupera la catarsis y constituye una de las tradiciones españolas de mayor fama mundial.
 
 

 
 
 
 


lunes, 11 de agosto de 2014

LA SERPIENTE, ENEMIGO Y FÁRMACO

 
 
 
 
 
Asclepio

 

EL AMBIGUO SÍMBOLO DE LA SERPIENTE

 

 
Manuel Fernández Espinosa

 

Hemos tenido ocasión de mostrar algo sobre las cofradías licantrópicas entre los antiguos pueblos peninsulares, como cofradías de iniciación guerrera. Aunque el término “totemismo” haya sido postergado por la antropología más reciente y muchos consideren que más que de religión, se trata de organización social, podríamos aventurar que en el caso presentado estaríamos ante un fenómeno que se haría más inteligible relacionándolo con este concepto de totemismo, por obsoleto y problemático que sea el vocablo. Pero no solo fue el lobo, existen datos que indican que también otros animales (no menos ambiguos en su simbolismo) fueron tenidos como tótem (válganos el término sin entrar en lizas) de algunas tribus asentadas en la Península Ibérica. Es el caso de la serpiente.
 
 
Al igual que el lobo, la serpiente no es menos inquietante. El lobo y la serpiente ocupan un lugar entre los animales malditos: su carácter depredador y peligroso es sobradamente conocido y explicaría hasta cierto punto la mala fama que han tenido entre poblaciones ganaderas, amenazadas por manadas de lobos y, siempre en núcleos rurales, con la peligrosa proximidad que comporta la vecindad de las serpientes que, ocultas en la maleza o bajo las piedras, atacan o que incluso se mostraban invasoras de las casas, para succionar de los pechos de las nodrizas adormecidas la leche con grave perjuicio para los lactantes.

 

En el cristianismo, la serpiente ha cifrado comúnmente toda la carga maligna hasta identificarse con el mismo Satanás. No obstante, incluso en el ambiente judío donde floreció entre espinas el cristianismo, podemos encontrarnos con una valoración simbólica de la serpiente, entendida como símbolo de la salud. Así se nos relata en el Antiguo Testamento que, después de murmurar contra Dios y contra Moisés, los judíos sufren un ataque de serpientes; arrepentidos, le piden a Moisés un remedio: “Y Yavé dijo a Moisés: “Hazte una serpiente de bronce y ponla sobre un asta; y cuantos mordidos la miren, sanarán”. Hizo, pues, Moisés una serpiente de bronce y la puso sobre un asta; y cuando alguno era mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y se curaba” (Números 21, 9). Esta serpiente de bronce sería llamada “Nejustán” y más tarde concitó un culto idolátrico que se encargó de destruir Ezequías quien “Hizo desaparecer los altos, rompió los cipos, derribó las aseras y destrozó la serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque los hijos de Israel hasta entonces habían quemado incienso ante ella, dándole el nombre de Nejustán” (2 Reyes 18, 4-5). Jesucristo aludiría a ella, diciéndole  a Nicodemo: “A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que creyere en Él tenga la vida eterna” (Juan 3, 14-16).
 
 
Como podemos ver, la serpiente -en estos textos bíblicos veterotestamentarios y neotestamentarios- cobra más bien un valor simbólico salvífico, contra lo que viene a significar en el famoso relato genesíaco de la caída de Eva, que es seducida por la serpiente que, más tarde, el cristianismo la llamaría “serpiente antigua”. Sin embargo, quería hacer constar este particular para entender que la serpiente no tiene que estar por fuerza asociada a un valor maléfico, que es el que ha predominado tradicionalmente. Juan Eduardo Cirlot, en su “Diccionario de símbolos” indica que: “…la serpiente es simbólica por antonomasia de la energía, de la fuerza pura y sola; de ahí sus ambivalencias y multivalencias”. El caduceo (vara entrelazada con dos serpientes, donde la vara es el poder y las serpientes la sabiduría) también contiene con leve modificación una imagen similar a la de la serpiente de bronce. El bastón con la serpiente del romano Esculapio (Asclepios, para los griegos) y el mismo símbolo de la farmacopea también portan la serpiente aludiendo a su valor salutífero: por cierto, el caduceo es la insignia del obispo católico ucraniano. La erección de la Serpiente de Bronce en el asta fue el remedio que Dios revela a Moisés para curar a los judíos mordidos por las serpientes y se entiende como prefigura de Jesucristo Nuestro Señor crucificado.

 

En el imaginario cristiano, a pesar de su mala fama, la serpiente también reviste algunas connotaciones positivas. El humanista baezano Juan Francisco de Villava (circa 1540- circa 1619), en su obra "Empresas espirituales y morales" (año 1613) hizo figurar al espíritu "mortificado" bajo el emblema de una serpiente mudando la camisa entre piedras, bajo el lema "Pugnare necesse est" (Es necesario luchar); para ello alegaba la autoridad de Plinio, Aristóteles y, finalmente, la del italiano Pierio Valeriano Bolzani (1477-1558), autor de los "Hieroglyphica" (Basilea, 1556), quien, según Villava, sostenía que la serpiente "es símbolo del que habiendo salido de algún trabajo se restituye a estado mejor".

 

Sin ninguna duda, la serpiente es un símbolo incorporado a la medicina tradicional. Téngase en cuenta que, durante miles de años, han prevalecido algunos aforismos médicos que son directrices de las ciencias curativas: "Contraria contrariis curantur" (Lo contrario se cura con lo contrario), "Similia similibus curantur" (Lo semejante se cura con lo semejante). Y, como podemos comprobar, en el relato de la serpiente de bronce salta a la vista que opera milagrosamente la "curación" por visión de los "similar": para curar las mordeduras de serpiente, se eleva la serpiente de bronce en un asta.

 

Avieno en su “Ora Maritima” nos refiere que un pueblo denominado “serpents” invadiría la tierra ocupadas por los oestrymnios, hasta expulsarlos: “Primero [la península ibérica] fue llamada Oestrímnida porque habitaban sus lugares y sus campos los oestrimnios. Luego una multitud de serpientes puso en fuga a los habitantes y se apoderó de la tierra abandonada”. Se estima que estas “serpientes” corresponde a los celtas “saefes”. La llegada a la actual Galicia y norte de Portugal de esa tribu de las “serpientes” se produjo aproximadamente en el año 600 a. C. Y Oestrymnia (otros prefieren “Oestrímnida” (la tierra de los oestrimnios expulsados) adquirió entonces el nombre de Ophiusa: la tierra de las serpientes. Y, en efecto, en los castros galaico-portugueses puede verse todavía representaciones de figuras serpentiformes que indicarían a buen seguro la pertenencia a estos pueblos y muy probablemente cierta ofiolatría.
 
 
Entre los curanderos rurales españoles, la serpiente ha tenido un gran predicamento. Según nos refiere José Antonio García Ramos, en Almería: “La curandera de Arboleas tenía la habitación donde curaba forrada de camisas de serpientes”. Entre las enfermedades que más ha tratado (y todavía atiende) la curandería ibérica figura la llamada “culebrilla”. La medicina científica ha determinado que la “culebrilla” es el “herpes zoster” y encuentra su causa en el mismo virus de la varicela. Sin embargo, muchos remedios de la farmacopea científica se muestran impotentes para combatir esta enfermedad, mientras que la curandería tradicional (no nos referimos a los estafadores, por supuesto) estrangula con eficacia este mal.
 
 
En Euscalerría la culebrilla se denomina “Arrosa” y la curandería vasca la trataba con encantamientos varios, pero todos aluden a la rosa, a los rosales o a la Virgen de la Rosa (venerada en la iglesia parroquial de Santa Eufemia de Bermeo); José Miguel de Barandiaran ha estudiado estos temas con la profundidad que caracterizan los trabajos del maestro vascongado. Sería interesante un estudio exhaustivo de la curandería en toda la península ibérica, para catalogar los diversos tratamientos empleados por los curanderos en la extinción del “herpes zoster”. En Andalucía y también en Hispanoamérica (es el caso de Argentina), los curanderos emplean tinta china, a veces pólvora y pluma de pavo negro, escribiendo sobre la parte afectada los nombres de "Jesús, María y José", mientras salmodian ensalmos; pero los interesantes estudios de D. José Antonio García Ramos sobre estas prácticas ofrecen una ligera idea de la variedad que existe en cuanto a la mítica procedencia de la “culebrilla”, al modo de tratarla, a los elementos materiales con los que se trata, a los mismos encantamientos. Hay tal diversidad de oraciones que se recitan y rituales que perderían al más pintado; lo que sí parece una constante es el tema de la “gracia”. La "gracia" sería una especie de facultad (diríamos que a medio camino de la magia y lo religioso) que se hereda y transmite de curandero a curandero. Sin la "gracia" nadie puede curar culebrillas, por mucho que aprenda los ensalmos y operaciones.
 
 
La relación de los curanderos con la serpiente es tan ambigua como el símbolo de la misma. No solo tratan las “culebrillas” (herpes zoster), sino que, recordemos, algunos tienen el habitáculo forrado de camisas de culebras y hay muchos más casos que quisiéramos abordar en otra ocasión. 

Para ampliar información: Medicina popular en Almería, de José Antonio García Ramos.

viernes, 8 de agosto de 2014

DEL COLOR NEGRO



 
EN EL VESTIR MEDITERRÁNEO 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
No hace mucho todavía que a los mediterráneos de cierta edad se les podía ver, rigurosamente vestidos de negro: mujeres y hombres, todos arropados de negro. Desde Grecia hasta Andalucía, pasando por el sur de la Península Itálica y Sicilia el negro de las ropas contrastaba con la blancura de las enjalbegadas casas. María Zambrano contrasta este vestuario negro con el gusto de las gentes del norte europeo, donde siempre se ha mostrado una tendencia a vestir combinando colores en el atavío, muchas veces -diremos nosotros- hasta llegar al mal gusto que los hacía perfectamente identificables como extranjeros en tierras mediterráneas y no faltaba algún autóctono que esbozara una sonrisa. Pues como apunta con perspicacia la filósofa malagueña, para los meditérraneos: "El uso de los colores en la vestimenta era signo de vida ciudadana, desarraigada". Y el color que reinaba en el vestuario de los autóctonos era el negro: "Era un negro -dice Zambrano- casi litúrgico, un modo de comparecer ante la luz y ante las gentes todas".
 
Es fácil pensar que la predominancia del negro en el vestido de las personas mayores del Mediterráneo encuentra su razón en el "luto". Aunque no todas las culturas, ni todos los estamentos, ni todas las épocas hicieron del negro el color más identificativo del luto, la costumbre es ancestral: el color negro ya lo asociaba Homero a la muerte, cuando hablaba de "las Parcas de la negra muerte" y "la negra Parca". En la antigua Roma como señal de duelo se vestía la "toga pulla" (toga de lana oscura desprovista de adornos). Esta costumbre continuó sin variar en el Mediterráneo hasta hace poco (todavía puede verse, aunque han menguado sus usuarios). Fueron las viudas mediterráneas las que solían mantener el luto por toda la vida, como señal de fidelidad a su cónyuge difunto. García Lorca, en "La casa de Bernarda Alba", presentará el tema del luto con acentos críticos. cuando Bernarda pide un abanico y Amelia le da uno (estampado con flores rojas y verdes), Bernarda lo arroja al suelo y dice: "¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto". Pero tampoco olvidemos a los hidalgos españoles que lucían sus severos ropajes en las cortes de toda Europa, teniendo por cosa de volubilidad ridiculosa e insoportable el colorido de los cortesanos extranjeros.
 
De un tiempo a esta parte, los cambios operados en la sociedad han ido relegando este fenómeno del luto de las viudas, asociándolo con el atraso. Algunos opinan que esto se debe a la pérdida de influencia de la Iglesia en la sociedad, pero a nosotros no nos parece una razón, sino un factor más. Para comprender la desaparición de esta costumbre milenaria sería todavía mejor tener en cuenta otros factores que concurren, además de la secularización.
 
La despoblación de los núcleos rurales, la revolución televisiva que se introdujo hasta en las aldeas, la hegemonía cultural del norte industrializado sobre el sur campesino y, sociológicamente, el devastador y sistemático desprestigio de la "ancianidad" que, por razones casi siempre comerciales, ha sido invisibilizada hasta el extremo de adoptarse ese eufemismo de "tercera edad". Es así como se ha ido "juvenilizando" (permítaseme este neologismo) la sociedad, con lo que ello comporta, pues postergado el anciano (con su vasta experiencia vital), tenemos así una sociedad virtualmente "juvenil" que hace alarde de su inmadurez.
 
Las sociedades cohesionadas y fuertes siempre han sido las guiadas por los ancianos (la palabra "senado" viene de ahí). Que la sociedad actual haya sido juvenilizada (a golpes de la demagogia que exalta la falsa alegría y la juventud) supone una disminución en todos los aspectos. Era de esperar que los ancianos mediterráneos abandonaran el riguroso ropaje negro, persuadidos de que han de renunciar a su ancianidad, hacer deporte hasta que se rompan la cadera, buscar novia o novio como si fuesen unos mozalbetes y jamás de los jamases llamarse "viejos". Para muchos era necesario exterminar el valor social, la autoridad de la "ancianidad", imponiendo esta mentalidad, para vender más y hacer independientes de sus propias tradiciones a todos los estratos sociales, mientras que nos hacen dependientes de las modas que su mercado genera, para así dominarnos mejor.

lunes, 4 de agosto de 2014

ÁGUILA Y SERPIENTE: PROFECÍA DE LA NUEVA ESPAÑA





El escudo de México -enmiéndenme los mejicanos que lo saben mejor- se remonta a una época precolombina. En Tula, Hidalgo, ya aparece en el templo de Tlahuizcalpantecuhtli, pero parece ser que la más emblemática de las representaciones aquilinas aztecas fue la de Teocalli de la Guerra Sagrada. Se relaciona con la leyenda fundacional de Tenochtitlan.


El caso es que, después de ver una ilustración medieval del Beato de Saint Sever, me llamó la atención el asombroso parecido entre una y otra.


La ilustración medieval de la que hablo se le dedicó, según consta en el "exlibris" de la primera página, a Gregorio de Muntaner, abad de Saint Sever desde el año 1028 al año 1072. Y estaba firmada por Stephanus Garsia, nombre que corresponde evidentemente a un monje español. La obra en la que iba esta preciosa ilustración se titulaba "Copia de los Comentarios al Apocalipsis". Véase aquí abajo:


En el "Apocalipsis" del Beato de Saint Sever, el águila representa zoomórficamente a San Miguel Arcángel, venciendo a Satanás, la serpiente antigua.



Una alada criatura, símbolo de lo celeste, somete a la serpiente -animal asociado a las tendencias del inframundo. Y eso se plasma tanto en el escudo nacional de Méjico como en esta ilustración medieval.

Siempre se ha dicho que el escudo mexicano está vinculado a la leyenda fundacional de Tenochtitlan. Me parece que, si así se pronuncia la docta tradición, callen bachilleres. Pero, para mí es difícil dejar de pensar que, esa leyenda fundacional también era una más que probable profecía: la de la llegada de los españoles a América, para someter las tendencias ctónicas e infranaturales con la sobrenaturalización del Evangelio y la Civilización.


Es una conjetura, pero el simbolismo se presta a ello para cualquiera que no se cierre en una actitud sectaria y parcial.