viernes, 5 de mayo de 2017

LAS MAYAS



Maya llaman en algunos lugares a una muchacha a quien un mancebo a quien llama ella su Mayo, regala y sirve por todo el mes de Mayo con flores: adórnanse uno y otro con ellas; de modo que se presentan con particular gracia de donde se pronunció después guturalmente con esta misma significación Majo, Maja en lugar de Mayo y Maya.


Diccionario castellano de Terreros y Pando (1786-1793)
Maya de Colmenar Viejo, fuente: diario EL PAÍS

LA CELEBRACIÓN DE LA MUJER, DE LA CASTIDAD Y LA PRIMAVERA

Manuel Fernández Espinosa

Mayas y Mayos. Aunque en el siglo de oro se pretendía con esta costumbre solemnizar la Invención de la Santa Cruz, bien que podríamos remontarnos a tiempos más antiguos todavía. En una síntesis (que no sincretismo*) del elemento antiquísimo con el elemento cristiano, las Mayas es la modalidad que celebra la primavera, la fertilidad, la castidad, la salud y la prosperidad. Su presencia puede rastrearse, pese a lo mucho que se ha perdido, en toda la Península Ibérica: desde Euskalherría hasta Almería. En Vascongadas se le llamaba "mayatz anderea" (la Señora de Mayo) y, en otras partes, la Reina de Mayo. Nos cuenta D. José Deleito y Piñuela, en su libro "El rey se divierte... también se divierte el pueblo".

"Levantábanse con este motivo improvisados altares en los barrios más castizos, con sendas cruces, y se engalanaban las calles [...] Presidía la fiesta de cada barrio, en el siglo XVII, una mujer, necesariamente soltera, elegida por los vecinos entre las más hermosas y honestas, la cual quedaba proclamada Maya o Reina de Mayo. Vestida ésta con rico guardapiés de brocado de oro o plata, y con el cabello adornado de flores naturales, instalábase en su trono, haciendo oficio de tal un dorado taburete, que se ponía sobre una alfombra de vivos colores. Acompañábanla corrillos de las muchachas del barrio endomingadas. Dos o tres mozuelas destacábanse por las inmediaciones a caza de transeúntes, a quienes llevaban a ver la Maya; a cambio de lo cual, provistas de salvillas o platos, les pedían en su nombre dinero para meriendas o refrescos, con esta copla o sonsonete:

Para la Maya, para la Maya,
para la Maya, que es linda y galana.

En el marco en que se entronizaba a la joven virgen se ponían flores y no pocas veces las "ofrendas" (roscos, pasteles, etcétera) que hacían los hombres que iban a ver a la Maya. Por esa decoración floral y por los dulces que donaban sus oferentes se ha relacionado ésta fiesta con la Bona Dea romana; la Maya aparecía a los ojos como una virgen mayestática (por más que sus admiradores la piropearan o requebraran), la joven debía permanecer con el semblante inmutable, como una reina o diosa ajena al público espectador de su belleza y engalanamiento. Por el nombre y la fecha de su celebración las Mayas podrían relacionarse con Maia: Maia es una de las siete Pléyades, las hijas de la ninfa Pleíone y el titán Atlas, la más bella de todas sus hermanas. Zeus hizo a Maia madre de Hermes. Pero si el nombre Maia nos remite a Mayo, no deja de celebrarse a la Bona Dea que lo mismo era llamada Maia que Fauna, también a Flora: "¡Madre de las Flores, ven, que has de ser festejada con juegos y regocijos!" -canta Ovidio en sus "Fastos".

La Bona Dea se representaba sentada en un trono, con una cornucopia (símbolo de la abundancia y la prosperidad), siendo su atributo las serpientes que, por la muda de la piel, representaban la perennidad y la salud. Que se eligiera a una doncella pre-adolescente para ensalzar la belleza femenina y virginal era como la promesa de matrimonios fundados en la virginidad de la mujer, matrimonios capaces de dar en el futuro a hijos de buena madre que garantizarían le perpetuidad de las familias que componen la comunidad. La primavera vuelve, tras los rigores del invierno, y en mayo alcanza su esplendor; el ciclo humano es análogo al de la naturaleza, lo mismo que florece una nueva primavera, las madres que el tiempo van añejando serán relevadas por esplendentes hijas que, como reinas y vírgenes hieráticas, no han conocido varón ni han sido mancilladas: la raza cuenta, por lo tanto, con el seguro de un relevo de mujeres que darán hombres para el porvenir. Como vemos, el sentido encubierto en todo esto es de una hermosura como sólo puede hallarse en lo que es auténticamente Tradición ancestral, de la que dimanan sentidos religiosos que fundan lo festivo y que, verdaderamente, constituyen la comunidad en sus lazos con los antepasados y los descendientes, con el suelo y la sangre, en la sagrada pureza de las matrices.

El cristianismo vio en la festividad la celebración de la virginidad y la castidad, relacionándola con la Virgen María y suprimiendo las serpientes que nunca han tenido buena fama entre el cristianismo por el inveterado prejuicio de asimilarla a Satanás. Desde la Edad Media puede decirse que se celebraban las Mayas más o menos, como en los casos, han llegado a nosotros. Mencionan las mayas los juglares y también El Libro de Alexandre. Pero con el tiempo, algunos clérigos celosos de la ortodoxia hasta el histerismo, lanzaron sus anatemas contra lo que veían que era una supervivencia folclórica del paganismo; no todos los clérigos juzgaron tan mal a las Mayas y muchos supieron asimilar la festividad en esa síntesis de la que hemos hablado más arriba. Peores que los clérigos fueron los ilustrados que, con el pretexto de lo incómodo que resultaban las azafatas de las Mayas para los transeúntes, suprimieron en sus pragmáticas y ordenanzas municipales la fiesta: el Conde de Aranda y Carlos III así lo hicieron. 

Pero, a pesar de todas las hostilidades de los poderes ilustrados, la fiesta pervivió, si bien muchas localidades perdieron las Mayas o acabaron por transformar la Maya en las Cruces de Mayo, ya sin entronizar a una beldad virginal. 

La fiesta se está recuperando gracias al empeño de muchas asociaciones locales, como vemos y celebramos que haya pasado en Almería.

NOTA:

*Conviene advertir que, aunque se emplea frecuentemente el término "sincretismo", síntesis y sincretismo religiosos no son lo mismo: en el sincretismo vemos que se unen desde fuera elementos más o menos inconexos, siendo un eclecticismo fragmentario e incoherente. La síntesis se realiza desde dentro, reconociendo la unidad intrínseca.

La Bona Dea de los romanos

Dama de Baza




 

miércoles, 12 de abril de 2017

LA MARAGATERÍA SEGÚN EL PADRE SARMIENTO

Maragata


P. Martín Sarmiento
UN EXCELENTE ESTUDIO ETNOGENÉTICO DEL SIGLO XVIII


Manuel Fernández Espinosa

Entre los enigmas de la etnología hispánica hay uno en que todavía podemos quebrar nuestras cabezas: el de la "Maragatería". Tiene su solera. Como otros pueblos -los gitanos, los agotes-, los maragatos sufrieron la estigmatización y exclusión social. Fueron reacios a los matrimonios mixtos y vivieron en la endogamia étnica, vigilando mucho la honra de sus mujeres. "La esfinge maragata" de Concha Espina es de 1914, pero una golondrina no hace verano.

Sobre los maragatos no ha sido superado todavía el ensayo que le dedicó al tema el P. Martín Sarmiento (1695-1772), benedictino y polígrafo del círculo del Padre Feijoo. Me refiero a su "Discurso crítico sobre el origen de los Maragatos", del año 1768. En esas páginas, con humildad intelectual, reconoce que le faltan elementos para poder despejar la incógnita del origen maragato, pero en un brillantísimo alarde filológico e histórico recorre todas las posibilidades etimológicas e históricas que puedan servir para la etnogénesis de la Maragatería. Él mismo lo dice: "mi intención no es apurar el fijo origen de los Maragatos, sino manifestar que el que vulgarmente se les señala, padece muchas dificultades".

El Padre Sarmiento nos indica desde el inicio las tareas que habría que realizar para investigar una cuestión tan oscura, expresando que él, por sus limitaciones, no puede hacer ese trabajo de campo. Aporta en este sentido toda una guía metodológica para la investigación etnográfica: 

1. Registrar y estudiar el Archivo de la Santa Iglesia de Astorga y otros monasterios circunvecinos.

2. Pasear el País de la Maragatería, metódicamente: "Se deben ver, registrar y observar las Parroquias, lugares, y sitios del país, coordinando sus distancias, y apuntando todos los nombres" (de montes, peñas, valles, ríos, fuentes y lagunas), para formar un Mapa geográfico.

3. Recopilación de todo el material epigráfico y arqueológico: "postes, columnas, y lapidas con letras. Todos estos letreros se han de copiar", teniendo en cuenta que las calzadas romanas que cruzaban el país siempre dejan sus vestigios. Para un posterior estudio.

4. "También sería muy del caso, que se cogiesen las tradiciones comunes, las costumbres que parezcan ridículas, y las que se usan en los casamientos, bautismos, y funerales, sin omitir las frases, y expresiones de la lengua que parezcan exóticas".

Con una erudición descomunal, el P. Sarmiento desmonta las teorías ingenuas sobre el origen maragato, una de las cuales se expresa así: "Dícese, y se cree, que los Maragatos son unos descendientes de una porción de moros, que los christianos cautivaron en una victoria, y que el Rey los trasplantó a las montañas de la Maragatería, para que la habitasen, poblasen y cultivasen". Piensa Sarmiento que esto vino del rey Mauregato, Rey de Asturias, hijo de Don Alonso el Católico. Y termina concluyendo que: "Yo creo que se llaman Maragatos por habitar el país, y montañas que dominó Mauregato".

Recorre nuestro benedictino todas las posibilidades que se le presentan, notándose que el tema ha sido por su parte concienzudamente pensado y repensado, tal vez -como al final del discurso es elocuente de ello- desde que era un niño. Resulta muy sugestiva la hipótesis que lanza sobre el topónimo de "Maragato" cuando la hace proceder de "Murex": "adjetivo de los montes, que después se aplicó a los habitantes. Quando los remates de un monte parecen dientes de una sierra, se llama sierra ese monte, y los que habitan Serranos (...) y no es impropio que las montañas de la Maragatería tomasen el nombre de Murex por sus picos. En este caso sale Murex, Murice, Muricato, Murecato, Maragato".

Tampoco soslaya la posibilidad de que el gentilicio indique una suerte de "gente mezclada de Moros, y Godos. Por el mismo sonsonete creen muchos que los Agotes, tan despreciados en las gargantas de los Pirineos, son reliquias, y descendientes de los Godos". Lo mismo que el tema de los Agotes, también toca el de los Vaqueiros, más próximos espacialmente a los maragatos.

Su perspicacia antropológica, afinada con la erudición histórica y filológica, no puede dejar de reparar en el parecido que los gorros de los maragatos muestra tener con los tocados antiguos que pueden cotejarse en las efigies de las monedas prerromanas, recurriendo a la colección numismática del polígrafo aragonés Lastanosa. 

En cuanto a la idiosincrasia maragata también deja constancia de su parecer: "he observado que son muy reales, serios, secos, y taciturnos, que rara vez he visto reír a un Maragato, y hasta ahora a ninguno he visto que vaya cantando por los caminos, como los arrieros de otros países". Menciona encomiosamente "La exemplar devoción con que todos los lugares de la Maragatería se juntan para llevar en procesión a nuestra señora del Castro a la Catedral de Astorga, no tiene símil. (...) En verdad que esta tan piadosa costumbre, que los Maragatos observan de inmemorial, no la han heredado de los Sarracenos, ó Moros".
 
También quiebra sus lanzas por el honor de la Maragatería, cuando -contra el vulgo que la desprecia- dice: "todo habrá concurrido para introducir, y promover la fábula supesta, para que los Idiotas miren a los Maragatos como que son siervos, y esclavos de los demás. Yo pienso de distinto modo." Y también aplaude la defensa que los maragatos hacen de sí, contra todos los que los pretendían ultrajar: "No me paro en los apodos, que ponen a los Maragatos, pues ya ellos corresponden con apodos de piedras".

El "discurso" es una muestra de la excelente calidad que los estudios dieciochescos alcanzaron con hombres como Sarmiento en la indagación de nuestros orígenes; el P. Sarmiento también daría pasos de gigante en la etnografía gallega. El estudio del Padre Sarmiento sobre la Maragatería es de forzosa citación. Nos parece un síntoma de la desoladora incultura de nuestro tiempo que haya gente que, al escribir sobre la maragatería, no sepa ni que existe este ensayo; es por ello, por lo que se atreven a lanzar temerarias y ridículas teorías sobre este asunto, conjeturas de aficionados que no resisten ni el empujoncito de un dedo. 

jueves, 6 de abril de 2017

LA DANZA DE LA MUERTE SOBREVIVE EN LA ANCESTRAL IBERIA


Danza de la Muerte, Verges

LA DANSA DE LA MORT DEL JUEVES SANTO


Manuel Fernández Espinosa


Las Danzas de la Muerte parece que son cosa de los siglos medievales, las damos por desaparecidas y, puntualmente, podríamos verlas en algún teatro si se representara la "Farsa de la Muerte" de Diego Sánchez de Badajoz (Talavera la Real, en las postrimerías del siglo XV y fallecido el año 1549) o alguna de las piezas dramáticas del belga Michel de Ghelderode (1898-1962); pero la Danza de la Muerte sigue representándose. En Verges, en el Bajo Ampurdán (Gerona, Cataluña, España), todavía las "Muertes" recorren sus calles por Semana Santa. 

Los antecedentes de la Danza Macabra de Verges se remontan a la Edad Media; por testimonio documental de 1666 se sabe que la procesión del Jueves Santos ya se celebraba con Danza de la Muerte, pero fue Fray Antonio de San Jerónimo el que adaptó la tradición vergelitana en su libro titulado "Representació de la sagrada Passió y Mort de Nostre Senyor Jesu-Christ" (1773)

La Danza Macabra ha sobrevivido aquí en un estado de pureza admirable. La coreografía la forman cinco figurantes (dos adultos y tres niños), disfrazados de esqueletos. Dan brincos al son del tambor, escoltados por cuatro hermanos de luz que portan antorchas. Un esqueleto adulto lleva la Bandera (que nos avisa de nuestra mortalidad), el otro manipula la Guadaña (en la que pone NEMINI PARCO: "A nadie perdono" y que representa la última hora), un esqueleto niño con un reloj sin brocas (a cualquier hora puede ser) y dos esqueletos infantiles que llevan dos platillos con ceniza (el polvo en que nos convertiremos).

Aunque no con una coreografía tal, en la Semana Santa de toda la Península Ibérica todavía podemos rastrear vestigios en la iconografía fúnebre que, además de ser "Memento mori" (recordatorio de la muerte), es mostrada como vencida por la Resurrección de Cristo, así en Sevilla tenemos el paso del Triunfo de la Santa Cruz sobre la Muerte ("La Canina"). 

En Écija (Sevilla) también se celebraba una Danza de la Muerte, pero era representada en el día de los Santos Inocentes y, en vez de esqueletos, se ataviaban con enaguas y camisolines. En Torredonjimeno (Jaén), así como en muchas más localidades de toda España, también parece que se representaban, a juzgar por unos versos alusivos a la Muerte que igualaba al rico con el pobre y al Papa con el villano. 

Abajo un vídeo de la Dansa de la Mort catalana.


martes, 7 de febrero de 2017

EL EUSKERA COMO FORMA DE VIDA



Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor 



Siempre me ha caído bien Iñaki Perurena. Hace tiempo escribí algo sobre él, pues si bien matizaría alguna de las cosas que dice, me admira su defensa práctica de las tradiciones, desde el deporte rural al caserío, así como me parece entrañable el oír hablar castellano a alguien que se nota vascohablante sin remilgos ni artificios. Con todo, hay algo de Perurena y de otros que no concuerdo del todo, y es el tema del excesivo particularismo. Ojo, no digo que Perurena lo haga con malas intenciones. Pero todo sea por matizar. A saber:
-El castellano es el romance más vasco de la Península. Del vascuence heredamos las cinco vocales abiertas, la supresión de la "f" latina por la "h" (de "ferrum" a "hierro"), el sonido "rr", y eso por no hablar de palabras tales como "izquierda", "boina", "zamarra" (o "chamarra" o "chamarreta"), "chabola", "pizarra"... Muchas, además, en una conexión fonética, cuanto menos, parecidísima con el acervo lingüístico ibérico. El nombre ibérico de Granada era "Iliberri" y los romanos lo pronunciaron "Elvira". Muchos nombres iberos nos suenan a vascos.
Resumiendo burdamente: Que podemos decir que el castellano es el latín hablado por los vascos y no erramos el tiro.
-Si la tan dicha "conquista de Navarra" la hubiera ganado Francia, a día de hoy el vascuence habría desaparecido, como prácticamente ha desaparecido del territorio francés, como de hecho está desapareciendo por culpa del separatismo criminal, que desde la época de Sabino Arana está destrozando el idioma, y el "batua" no es sino el triste epílogo de cómo por una locura de odio politiquero se puede acabar con una tradición milenaria.
Ah, y si Castilla ganó aquella guerra, fue especialmente a los soldados guipuzcoanos, cosa que suele omitirse.
-Sí, tradición milenaria, pero ojo: Si bien es cierto que los vascones parten de la actual Navarra (y llegan hasta territorio aragonés), no es menos cierto que en el territorio navarro se cruzan con celtas e iberos, así como las Provincias Vascongadas eran mayormente célticas. Sí hubo mezcla con romanos y godos, por más que el separatismo lo quiera negar. Si bien es cierto que el vascuence es una lengua preindoeuropea, está llena de latinismos: "Pakea", de "pax", "rege", de "rex", "lege" de "lex"... Lo que quiero decir con esto es que lejos de ser un particularismo aislado, lo vasco, a nivel idiomático en particular y cultural en general, se extendió por buena parte de la Península; gracias a la lealtad de los vascos a los reyes de Castilla, y su lógico papel, por ende, en empresas como la Reconquista o la conquista y el poblamiento de América.
Cojan una guía de teléfonos de Jaén o de Lima y se sorprenderán de los apellidos...
-Hablando de estas cosas, el lauburu, otro símbolo de característica céltica, está tan extendido en Aragón como en Vascongadas, sólo que en Aragón es conocido como el "quatrefuellas"; y también hay en Jaén, como bien está estudiando y documentando el filósofo Manuel Fernández Espinosa. Otra vez el papel vascón en la repoblación y en la influencia cultural de norte a sur de España.
-Y sí, al fin y al cabo el idioma se hace una forma de vida. Decía Unamuno que la lengua es la sangre del espíritu. Y la lengua castellana o española (tal y como la denomina Covarrubias en el XVII), de norte a sur recoge múltiples influencias de otros romances, tales como el navarroaragonés, el asturleonés o el mozárabe, pero sin duda, su primigenia influencia determinante se debe a lo vascón.