jueves, 14 de agosto de 2014

DEL COLOR PARDO



Pastor con su rebaño, al fondo la portentosa Catedral de Burgos. Principios del siglo XX

EN LAS TIERRAS Y GENTES DE CASTILLA

Por Manuel Fernández Espinosa

Recientemente tratábamos "Del color negro. En el vestir mediterráneo", pero otro de los colores predominantes en la cultura peninsular es el color pardo. El Diccionario de la RAE define "pardo" así: "Del color de la tierra, o de la piel del oso común, intermedio entre blanco y negro, con tinte rojo amarillento, y más oscuro que el gris". Su etimología es latina y nos remite al "leopardo" ("pardus" en latín). El pardo es un color asociaciado con la tierra.
 
La Generación del 98 fue la que más énfasis puso en el color pardo, identificándolo con la Castilla, la misma Castilla que fue constante estímulo para las meditaciones y poemas de los integrantes de esa Generación Literaria. Es así que encontramos los sayos pardos de los pastores castellanos de Antonio Machado, los "poblados pardos" de Azorín... En las andanzas de Unamuno con sus amigos por Castilla la conversación a menudo recalaba en el color, según consta en los libros de viaje del vasco: "En el teso de San Cristóbal, entre Formoselle y Villarino, no lejos del encuentro del Tormes con el Duero, comparábamos colores a colores [...] Los hombres estaban de severo pardo". Pero, sin ninguna duda, el que mejor expone la teoría del pardo como color nacional es Ciro Bayo, por eso -aunque es un tema que permanece en la Castilla literaria del 98, repararé en la teoría que expone Bayo por boca de un extranjero. 
 
Ciro Bayo merece una presentación, siquiera sea breve, pues su fama no corresponde a la calidad de su obra escrita. Ciro Bayo y Segurola nació en Madrid el 16 de abril de 1859 y falleció el 4 de julio de 1939 en la misma villa. Sin embargo, fue uno de los más personajes más aventureros de los que mantuvo vínculos con la Generación del 98, tan viajero o más que Valle-Inclán. A los 16 años se escapó de la casa y se enroló en las tropas carlistas, combatiendo bajo el mando de Antonio Dorregaray y resultó capturado por el enemigo en la acción de Cantavieja de 1875. Cuando recobró la libertad emprendió sus viajes que lo llevaron a recorrer España, Europa y América. Además de su labor traductora (tradujo "Mis prisiones" de Silvio Pellico, un clásico de la literatura italiana del siglo XIX), Ciro Bayo es autor de una obra de cierta envergadura e indudable calidad literaria, destacando "El peregrino entretenido. Viaje romancesco" y "Lazarillo español: guía de vagos en tierras de España, por un peregrino industrioso". Sus amigos del 98 inmortalizaron su nombre más y mejor que la industria librera: Valle-Inclán lo presentó en "Luces de Bohemia" bajo el nombre de "Don Peregrino Gay", Azorín, Unamuno, los Baroja lo elogiaron con comentarios, incluso podríamos decir que le tomaron prestadas (no digamos "plagiaron") algunas de sus ideas. Él mismo se presentaba con estas palabras: "Soy artista, soy escritor [...] me siento enemigo de la sociedad actual; yo, que odio la vida reglamentada y codificada, no soy ni idealista ni utopista, ni pensador ni energúmeno, ni apóstol ni sicario. Soy un estoico, al que no se le da nada de la vida corriente [...] Lo confieso: soy un español rezagado del siglo XVII".
 
Es en "El peregrino entretenido" de Ciro Bayo donde nos encontramos una de las formulaciones más convincentes de la primacía del color pardo sobre el espíritu castellano. Este delicioso libro de viajes, aplicando la técnica picaresca, es de 1910. Como colofón (Bayo lo titula "Conclusión") tenemos los dos capítulos finales: "La vuelta a Madrid" y "La raza parda". En las páginas de "La raza parda", Ciro Bayo se reencuentra con un personaje que ha aparecido en los primeros capítulos, para ser exactos: en el titulado "El anarquista de Valdeiglesias".
 
Se trata de Jenaro Scherer (sic) que se presenta como un entomólogo comisionado por la Universidad de Trieste para buscar un "tisanuro de los ventisqueros" por la Sierra de Guadarrama. Pero cuando Scherer andorreaba por allí estaba reciente el atentado de Mateo Morral y el anarquismo era una amenaza en toda regla, así que el pobre entomólogo triestino, sin culpa alguna, fue hallado sospechoso de actividades anarquistas, tan solo por su condición de extranjero; fue detenido por la Guardia Civil y pasó un tiempo en el calabozo de Valdeiglesias hasta que queda claro que sus actividades son del todo pacíficas. En la celda Scherer coincide con nuestro autor y cuando son liberados, se despiden. Pero es al final del libro cuando vuelven a encontrarse. Y es aquí, en el reencuentro, cuando Scherer y Bayo matienen un sabroso diálogo sobre la "raza parda".
 
Algunos (los pocos, lamentablemente) estudiosos de Ciro Bayo sostienen que Jenaro Scherer es un "alter ego" del escritor peregrino, pero bien puede ser que Bayo conociera en sus andanzas hispanoamericanas a un misionero franciscano contemporáneo, a la sazón llamado Fray Genaro Scherer. Este franciscano se ocupaba de la conversión de los indígenas de Ascensión, en la provincia de Guarayos (Bolivia) y, además de instruir en el catecismo y alfabetizar a los indios, tenía entre sus quehaceres la recopilación de la cultura indígena, su fauna y flora, como se desprende de los informes de la "Esposizione d'Arte Sacra e delle missioni ed opere cattoliche" de Turín, de 1898. No creo que Genero Scherer anduviera por la meseta castellana, como nos lo pinta Bayo, filosofando sobre el ser de los españoles, pero el nombre del personaje que aparece en "El peregrino entretenido" Bayo hubo de tomarlo de este misionero y nadie sabe si Bayo y fray Genero Scherer mantuvieron algún coloquio sobre la "raza parda" en Bolivia, pero sería muy probable.
 
En el diálogo (real o ficticio) del que se da cuenta en el libro que comento, Scherer enuncia su teoría de la "raza parda". Hablando de Madrid y la tierra que la circunda, Scherer dice: "Ese tono de color, o porque persiste en la retina o porque es en realidad, me hace llamar a estos llaneros la raza parda [...] Pero lo que justifica mi título de raza parda, entre otras cosas, es la afición de estos llaneros a vestirse de pardo y, en general, de color oscuro. No se ve entre ellos aquella algarabía de colores en indumentaria que tan agradable hace la perspectiva de los pueblos del norte, del sur o de levante; son pocos los que visten de blanco, o de encarnado, o de verde, y los que lo hacen es por moda y no porque les salga de adentro. El negro o el pardusco, son los colores favoritos suyos, como lo fueron de los hidalgos de ropilla y manto. De los campesinos no se diga, ¿no les llaman ustedes pardillos o pardales por el color de su indumentaria?".
 
Bayo mantiene, durante todo el diálogo con Scherer, una actitud escéptica ante la teoría de la "raza parda" y alega que si el color pardo impera en la ropa del campesinado castellano eso se debe no a la afición, ni a una especial psicología del pueblo, sino por razones más pedestres como las económicas: "Es tela sin teñir, por ser esto en la industria casera, y aun en la industria primitiva, más barato. No han escogido este color; se lo da la materia prima" -arguye Bayo.
 
Pero su interlocutor suizo insiste, añadiendo más datos sobre la hegemonía del color "pardo" sobre las tierras y las gentes castellanas: "Los castellanos son estoicos, graves de carácter; son la gente más sobria, más morigerada y más timorata de Europa; no abusan de nada, ni del placer, ni del trabajo, ni del pensamiento. El pardo es el color de la moderación y también del cerebro".
 
Scherer ve el pardo proyectándose en todos los ámbitos de la creatividad española: desde la pintura a la literatura y hasta refiere el nombre del Palacio Real del Pardo, por el nombre que ostenta. Al mismo Felipe II lo llama el "Rey de la Raza Parda" a tenor del retrato que al Rey Prudente le hiciera Juan Pantoja de la Cruz. En cuanto a la interpretación histórica de España, Scherer reproduce los tópicos ultrapirenaicos de la literatura romántica del XIX y sus epígonos de principios del XX: fustiga a España como país de fanatismo religioso, sin que falte la memoria de la Inquisición, del Duque de Alba y, en fin, de todos los clichés de la Leyenda Negra. Scherer da por sentado que España es la resultante de la amalgama del moro musulmán y del europeo cristiano, entendiendo que todos los excesos de los españoles se deben a la "venganza" de los vencidos tras 1492 que traspasaron sus peores hábitos mentales a los vencedores, con especial mención del fanatismo religioso. En ese sentido, Scherer muy probablemente no sea el mismo Fray Genaro Scherer que conociera Bayo en Bolivia, pero podría ser cualquiera de los muchos extranjeros que por la época venían a España, con la mochila llena de tópicos en cuanto al ser de España. Algún día trataré este capítulo, pues es muy interesante por la variedad de personalidades de la cultura europea (sin que faltaran personajes siniestros del ocultismo europeo) que visitaron España en los años finales del XIX y principios del XX.
 
Al margen de esos desatinos de Scherer, el diálogo entre Bayo y Scherer expone con agudez una de las percepciones del carácter mesetario peninsular; y no una percepción cualquiera, sino la que cosechará más adeptos y más calará entre propios y extraños. Algunas de las ideas que aparecen en este texto se convertirán más tarde en tópicos sobre los cuales variarán los noventayochistas que tendrían más éxito literario que el gran español rezagado del siglo XVII nacido en el XIX y muerto en el XX: Ciro Bayo y Segurola.
 
Si este artículo ha servido para dar a conocer a Ciro Bayo y estimular a su lectura, me doy por satisfecho.

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