lunes, 22 de septiembre de 2014

ANDALUCÍA EN LAS ESPAÑAS, SEGÚN D. FRANCISCO ELÍAS DE TEJADA

 
 
 
ANDALUCÍA EN "LAS ESPAÑAS" (V)
 
 
Por Francisco Elías de Tejada y Spínola.
De su obra "Las Españas" (Ed. Ambos Mundos. Madrid, 1948).
 
 
 
 
HOMBRE A HOMBRE 
 

El andaluz dialoga individualmente con la naturaleza, nunca en masa. La nota que le acredita es su feroz, casi anárquico, individualismo. Jamás conseguiréis hacerle comprender la importancia de un diálogo de hombre a hombre, ni que la conversación abre las puertas de algo serio. Siempre que habla el andaluz, y habla mucho, lo hace en burla o con intentos de segunda intención; mas jamás sin apartar la broma. Para él las únicas cosas serias serán la mujer y el triste curso ineluctable de la naturaleza; lo demás, todos esos asuntos que a nosotros nos parecen tan importantes: el Estado, la patria, la religión, la ciencia, se le antojarán ganas de perder el tiempo. Su consustancial individualismo reclama indiferencias para cualquier obra colectiva.
Y no es que el andaluz sea cobarde, «casi femenil», como postula el maestro Ortega y Gasset (Teoría de Andalucía, Madrid, «Revista de Occidente»,  1942, página 14). Por el contrario, lo heroico, la valentía y el desprecio de la vida son rasgos peculiares de aquella gente, varonil y «echá p' alante» como pocas. La conquista de América se escribió en su mayor parte con tinta de sangre andaluza por los Jiménez de Quesada, los Valdivia, los Cortés, los Alvarado y los Almagro; y en la historia no americana dejaron bien alto el gallardete de la heroicidad meridional los afamados garrochistas de la Independencia o los osados bravucines del bandidaje de Sierra Morena, objetos de verdadero entusiasmo popular. Tan errado anduvo el maestro Ortega en este paso, presentando al andaluz como pueblo que se deja vencer por todos los invasores a causa de su falta de valentía, que en la consideración extranjera los héroes hispanos radican siempre en Andalucía. Cuando lord Byron busca un héroe excepcional superior a los Nelson y Napoleón contemporáneos, no se le ocurre más que procurar por Don Juan Tenorio, el tipo del señorito andaluz por excelencia, mujeriego y reñidor, sensual y valiente:
 
I want a hero: an uncommon want
when every year and month sends forth a new one.
till, after cloying the gazettes with cant,
the age discovers he is not the true one:
of such as these, I should not care to vaunt,
l’ll therefore take our ancient friend Don Juan.
(Don Juan, Canto the First, l.)
 
Y al otro cabo de Europa, Alejandro Sergieyeviteh Puskin hace exactamente igual. En la edición que poseo de su drama El convidado de piedra, Kamennei Gost, bajo el título de la obra se lee literalmente: «Drama, imeostsaia geroem Don-Juana» (Drama histórico del héroe Don Juan).
Del héroe, del valiente, del luchador. El heroísmo , diga lo que quiera el maestro Ortega con su olímpico desdén hacia lo meridional, tiene casa puesta en tierras de Andalucía.
Y no sólo en lo militar, sino en lo intelectual, en el cerebro como en el brazo. Los cuatro grandes auténticos filósofos de tamaño universal que España ha producido han nacido todos cuatro en Andalucía. Tres en Córdoba: Séneca, nuestro máximo pensador precristiano; Averroes, la cima de la filosofía mahometana, y Maimónides, el patriarca intelectual del judaísmo. Y uno en Granada Francisco Suárez, el más denso de los cogitadores cristianos alumbrado entre nosotros.
 
Lo que acontece es que ese pueblo de héroes individuales, capaces uno a uno de conquistar un imperio como Cortés o de construir un sistema como Maimónides, colectivamente no sirven para nada. Les falta el aglutinante, el sentido de lo colectivo, quizá porque carecen de fe en la eficacia de una obra coherente, seguros como están por milenarias experiencias de que no vale la pena preocuparse por nada que no sea gozar de su tierra, su vino y sus mujeres. Cuando Tito Livio dice de los turdetanos que no son belicosos, «omnium Hispanorum maxime imbelles habentur Turdetani» (XXXIV, 17),  no quiere significarles tacha de cobardía, sino apuntar su indiferencia hacia los esfuerzos bélicos. i Ya apostaría yo a cualquier valentón de otros países del mundo a ver cómo se las había con el más flojo ganapán o señorito de mi tierra! Aquí el maestro Ortega ha confundido militarismo con heroísmo, marcar el paso con jugarse la vida a cada paso, taconazos con arrestos.
El andaluz procederá siempre al azar, por impulsos no premeditados, sin cálculos ni coaliciones. Es su ley el azar, porque está convencido de su derrota previa ante la naturaleza y de cuán insensato sea el empeño de querer cortar el curso inexorable de las cosas. ¿Para qué calcular, si los cálculos previos no servirán de nada? Como en la comedia póstuma de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, Ventolera, todos proceden como Tórtola, renunciando al amor o entrando en matrimonio, echando a los dados del futuro la felicidad de olvidar a Manuel y de querer a Iván, sin más razón que un impulso, que una «ventolera», golpe de viento en el alma que sirve para justificar las más trascendentales decisiones. Lo que el catalán calcularía con esmero, sopesando los pros y los contras de las consecuencias, lo realiza el andaluz salga lo que saliere, seguro de que si así lo hace es porque «estaba escrito» que lo haría, porque era cosa «que tenía que pasar».
El individualismo andaluz no puede ser entendido si se le disocia de su fatalismo, viendo en ambos la consecuencia de pervivir a lo largo de los siglos su auténtica religión del culto a las fuerzas naturales. Lo innecesario de aunarse con otros hombres resulta de vivir sola y exclusivamente con, de, en, por, sobre y tras la naturaleza. Y la diosa no pide sino un culto aparte, individual; una fe ciega y aislada, sin menester de argumentos del  cerebro, abastada del irrazonado razonar del corazón.
Por eso, desde el amor hasta la guerra, en la filosofía como en el arte, el andaluz es naturalmente individualista.


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