martes, 16 de septiembre de 2014

ALGUNAS SOCIEDADES DELICTIVAS DE LA ESPAÑA DE LOS SIGLOS DE ORO


 
 
EN LOS REINOS DE TUNIA Y GERMANÍA
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
Hay una historia visible que puede estudiarse y reconstruirse en los archivos de las distintas instituciones del pasado, hoy extinguidas o todavía sobrevivientes: los ayuntamientos, las Chancillerías, las parroquias, los monasterios... Pero hay otra historia difícil de recomponer, pues lo que sabemos de ella estuvo en lo invisible, debido a las actividades ilegales y criminales a las que se dedicaban estas organizaciones.
Toda nuestra literatura picaresca del Siglo de Oro nos refiere la existencia de asociaciones de delincuentes. Algunas de ellas estuvieron perfectamente organizadas, contando con una estructura, una jefatura con sus rangos, sus propios “santos y señas” y todo lo adecuado como para que en aquella España hubiera podido prosperar el crimen organizado a la manera de la Mafia en Italia: el mérito de impedir que cristalizara una Mafia en España correspondió a la Guardia Civil del siglo XIX. Vamos a ver algunas de estas sociedades delictivas autóctonas.
Tenemos lo que se hacía llamar “El reino de Tunia”. La palabra “Tunia” remite a los “tunos”, siendo algo así como el territorio dominado por los “tunos”. La Tunia reclutaba a sus miembros entre el estudiantado más holgazán que, en vez de aplicarse al estudio, se dedicaba a las francachelas, a los juegos de azar y a la vida alegre. De entre todos los estudiantes dados a la crápula, los más fáciles de terminar formando parte de la Tunia eran los que floreaban los naipes, pues debido a deudas de juego se veían en situaciones muy apuradas. Para lograr dinero rápido era frecuente que pudieran caer en la estructura de organizaciones que programaban hurtos o robos a mano armada.
Era la historia de muchos jóvenes que, abandonando su hogar, ponían residencia en Salamanca o Alcalá para en un principio cursar estudios, pero a la postre las malas compañías terminaban por descarriar a muchos llevándolos a una vida delictiva (para saber más sobe la vida universitaria de la época,  remito a "Figura de la Universidad Hispánica de los Siglos de Oro (IV)"). Así le ocurre al “Bachiller Trapaza”, de Alonso de Castillo Solórzano (1584- circa 1648): cuando el abuelo del joven Trapaza le dirige su discurso de despedida antes de partir el nieto a estudiar a Salamanca, el anciano le advierte diciéndole que: “El juego ha sido siempre destrucción de la juventud y polilla de las haciendas”. Pero, una vez en la ciudad del Tormes, Trapaza se despeña por la mala vida. En todas las novelas picarescas cabe rastrear este mundo subterráneo que convivía a la luz del día con el orden de las leyes, transgrediéndolas siempre que se terciaba; pero Castillo Solórzano nos ha dejado los testimonios más explícitos de estos reinos clandestinos, de esta España sumergida de la delincuencia y el imperio del crimen. Pero también podemos hallar vestigios de estos submundos en novelas como “Vida del escudero Marcos de Obregón” de Vicente Espinel. La "Garduña" fue una de las asociaciones españolas de este carácter, pero merecería un capítulo aparte.
La acción de estas organizaciones de facinerosos se localiza en los siglos XVI y XVII, pero se prolongaron a lo largo del XVIII y del XIX, llegando su eco al XX.
A las casas de juego se les denominaba, entre otros nombres, “leoneras” por lo que los miembros más notables de la Tunia recibían el nombre de “sollastrones de la leonera”: todos jugadores, recibían el nombre de “tahúres” y estos estaban divididos en “tahúres sencillos” (el orden inferior) y los “tahúres sagaces”, orden que a su vez se subdividía en “fulleros”, “sages” y “sages dobles”.
En las “leoneras”, donde ricamente se pasaban el día dilapidando su dinero, había gente de mal vivir que, aunque no jugaba, tenían sus oficios regulados. Los “diputados” eran los que imponían el “barato” que consistía en el precio que llevaban por el uso de las barajas y la luz que había que pagar al “mandrachero” (que era el dueño de la “leonera”). Había “apuntadores” que servían mediante señas convenidas a los fulleros, revelándole las cartas con las que jugaba el contrario al que se le esquilmaba. Estaban también los “muñidores” (nombre que se empleaba en las cofradías para los recaudadores de las cuotas de hermandad y que en la “Tunia” venía a nombrar a aquellos que llevaban jugadores a la leonera).
Los miembros de la Tunia guardaban obediencia a los “mayorales” (el famoso “Monipodio” cervantino) que tenían sus jurisdicciones clandestinas, cobrándose los “aranceles” que imponían a los forasteros que querían practicar su oficio de “tahúres” en los dominios. Los mayorales estaban bajo la potestad del “rey”. La Tunia allegaba dinero de servicios prestados a señores principales o adinerados que pagaban un estipendio convenido en caso de querer que los malhechores de la Tunia ejecutaran revanchas particulares, como propinar una cuchillada a alguna persona de la que se quería tomar venganza. Los ejecutores de estos “trabajos” tenían su “alias” y de todo había un registro.
En una mezcolanza difícil de discernir la Tunia se involucraba con la Germanía y ésta con la primera. La Germanía tenía un argot propio del que Francisco de Quevedo nos ha dejado muchos testimonios en su literatura. Quevedo era hidalgo, pero frecuentaba las tabernas y mancebías donde imperaba el hampa autóctona de la Tunia y la Germanía, de ahí su familiaridad con estos personajes que, interviniendo la Justicia, terminaban en galeras o en la horca.
La Germanía era más amplia en su entramado, pues no se hallaba constreñida a las actividades que granjeaban beneficios de la ludopatía. Así es como podemos encontrar en la Germanía una multitud muy abigarrada de "oficios", pues la Germanía se dedicaba al robo en todas sus variantes. Si el robo tenía como objeto una vivienda, se contaba con los servicios de los “avispones” (que vigilaban las casas que se asaltaban) que se cobraban la quinta parte del botín. Los “palanquines” se introducían en las casas, fingiéndose ricos arrendatarios de las mismas, de esta guisa se informaban mejor de las interioridades domésticas. Los “guazpatareros” se encargaban de ejecutar los robos, a veces practicando agujeros para penetrar y salir con el botín, práctica que todavía se conoce como “butrón”. Si era menester recurrir a las ganzúas (en el argot “calabazas”) se llamaba a los “calabaceros” que eran expertos cerrajeros. La Germanía también practicaba el robo al aire libre, en las ferias de ganado, contando con toda una organización especializada, dependiendo de las reses que se robaban: “almiforeros” robaban equinos, “gruñidores” se encargaban de cerdos y “lobatones” de ovejas, carneros y cabras. El jefe indiscutible de la Germanía era el “Gallo” que daba sus órdenes a sus inmediatos subordinados: los “mayorales” y éstos las transmitían a los “jayanes”. Los “jayanes” eran los que metían mano a la espada llevando a cabo golpes audaces de robo a mano armada y asaltos.
Había otras asociaciones delictivas que a veces entraban en conflicto con la Germanía, es el caso de la Bohemia: la organización a la que pertenecían los delincuentes de etnia gitana. En esta también existía una perfecta estructura con sus escalafones, pero era más sencilla. El jefe de la Bohemia era el “Duque”, asistido por doce principales, un “conde” y diez “caballeros”. Más que el robo a mano armada que exigía un riesgo, la Bohemia parece haberse especializado más bien en el hurto mediante timos y argucias, la prostitución y el control de la mendicidad organizada de sus subordinados.
En los siglos XVIII y XIX puede percibirse una politización de estas organizaciones. Dependiendo de las inclinaciones de sus miembros, estas sociedades criminales prestaron sus servicios a una causa política o a otra. En el siglo XIX, con la invasión napoleónica, esto se haría todavía más visible: la mayor parte de estas asociaciones clandestinas dedicadas a la "mala vida" se aprestaron a luchar como toda España contra los napoleónicos. Al término de la Guerra de la Independencia, estas estructuras convergieron en la lucha abierta entre los tradicionalistas y los liberales: hubo bandidos que colaboraron con los liberales y los hubo que prestaron su apoyo a la causa tradicionalista. 

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