ANDALUCÍA EN "LAS ESPAÑAS" (III)
EL RESBALAR DE LA VIDA
Por Francisco Elías de Tejada
Hace siglos, muchos siglos, vive así, tumbado al regazo
maternal de la Naturaleza bienhechora, sin alterar un ápice la perspectiva
propia de la vida, con superior indiferencia al tráfago de las gentes o a las
mutaciones de las cosas.
Es el andaluz un pueblo viejísimo, el más viejo de todo
Occidente. Su estilo humano es resultado de un golpear cultural de miles de
años sobre el fino metal que el Darro lleva. Estrabón ya lo tenía por muy viejo
cuando hablaba de que sus hijos gozaban leyes de seis mil años de antigüedad. Y
Avieno, recogiendo saberes del siglo VI, glosa en su Periplo la memoria triste
de aquella vieja Tartessos:
multa et opulens divitas
aeve detusto, nunc egena, nunc brevis,
nunc destituta, nunc ruinarum agger est
aeve detusto, nunc egena, nunc brevis,
nunc destituta, nunc ruinarum agger est
(V. 207-272.)
Buena prueba de esa vetustez que admiraba a los geógrafos es
la reacción de Roma frente al hecho cultural del pueblo andaluz. La Bética
merece a los latinos consideraciones no dispensadas ni al antiguo Egipto, ni a
la cultísima Grecia, ni a la remota Siria, ni al Israel de historias
orgullosas. Con la gente bética tienen los romanos un aprecio realmente
sorprendente, para el cual no cabe otra explicación que el respeto que les
inspirara la antiquísima manera vital de Andalucía y el indecible tiempo atrás
en que comenzara a dar frutos de convivencia civilizada, posiblemente rival, si
no superior a la de los pueblos del Nilo y del Asia Menor. Pues a una ciudad
bética, a Córdoba, otorgan por primera vez fuera de Italia el título de civitas;
Carteya e Hispalis, hoy Tarifa y Sevilla, son las primeras colonias fundadas en
la Península; el gaditano Balbo, el primer extranjero que alcanzó el consulado
y el primer no romano a quien se concediera el triumphus; el primer emperador
no itálico, Trajano, meció su cuna a orillas del Betis; Córdoba da a Roma el
más alto de los filósofos del pueblo-rey; el latín cordobés suscita alabanzas
de Cicerón, aunque lo halle algún tanto gárrulo y machacón ... Bética fue algo
más que la provincia fertilísima en paneras y olivares; fue la gran almáciga
extraña adonde Roma acudió en busca de los hombres que necesitaba.
Aunque el andaluz no se conmoviera por eso, pues las cosas
políticas resbalaban sin herir su sensibilidad de hombre exclusivamente
preocupado en la vida paradisíaca que su tierra le brindaba, desdeñoso de
ocupaciones políticas capaces de turbar la despreocupada tranquilidad de su
suelo y de su aire. Contentos con ellos, se dejan dominar políticamente, con
tal que el vencedor no les prive de tomar, como a Diógenes, el sol. Todos los
andaluces han sido siempre Diógenes frente a todos los Alejandros que los han
visitado merced a transitorios avatares de la vida. Por eso, en el fondo de la
filosofía andaluza, filosofía popular y antiquísima, late un solo precepto válido
: «No vale Ia pena preocuparse por nada, porque nada vale más que la «bendita»
tierra de Andalucía.»
Esa es la entera filosofía de Séneca, cuyo estoicismo no le
viene de un convencimiento racional de erudito romano, sino por cuanto lo
estoico coincidía con lo que aprendió de niño en Córdoba, con el desprecio de las
cosas pasajeras y la omnivalidez absoluta individual. Y ésa es, al cabo de los
siglos la filosofía de Ganivet, quien encuentra en Séneca su filósofo, el filósofo
de la España vista con ojos andaluces; cabalmente porque Séneca expresó en
vocablos estoicos la eterna sabiduría del desengaño andaluz, hija de la
viejísima solera de sus gentes.
Una filosofía tan auténticamente andaluza que pervive por
debajo de todos los procesos políticos. En Séneca se vistió de clámide romana y
subió al foro latino cubierta de toga; a la venida de los cristianos recubrióse
de frases bíblicas y decires evangélicos, pronunciando sus consejos entre litúrgicas
amonestaciones; con los árabes fue fataIismo, entrega otra vez a lo estoico y
a lo muslímico, en manos de los «fata» o de Alá; en el siglo XVII se trueca
poesía culterana y rima pesares alambicados en todos los estilos y por todos
los poetas… Pero siendo siempre la misma, la eterna ciencia del desprecio a las
cosas laicas que no tengan que ver con la religiosidad pagana de la naturaleza
que nace y muere.
Lo que acabo de escribir consta claro para el fatalismo
senequista o árabe y para el menosprecio cristiano de las cosas, con claridad
meridiana que me exime de llenar estas observaciones con carga de farragosa
erudición. Mas no puedo hacer lo mismo con la lírica andaluza renacentista y
barroca, y allá van unos cuantos textos demostradores de la pervivencia de la
sabiduría popular de esta nación viejísima aun donde menos pudiera sospecharse
la continuada duración del hijo callado y profundo de una trayectoria
espiritual.
Lo necio de poner ilusiones en fábricas de humana
arquitectura pervive en Juan de Jáuregui a quien nadie creyera adorador de las
fuerzas irreductibles de la Naturaleza:
¡Ay! ¡De cuán poco sirve al arrogante
el edificio que soberbio empina
sobre pilastras de Tenaro y fina
de mármol piedra y de color cambiante!
Pues cuanto más del suelo se levante
máquina excelsa, al cielo' convecina.
tanto más cerca atiende a su ruina,
tanto más cerca al rayo del Tonante.
Consumirá en los jaspes su tesoro,
y consumidos de la propia suerte
ellos serán en término ligero;
y por ventura entre alabastros y oro
del alto capitel, verá su muerte,
pobre y desnudo, el sucesor primero.
el edificio que soberbio empina
sobre pilastras de Tenaro y fina
de mármol piedra y de color cambiante!
Pues cuanto más del suelo se levante
máquina excelsa, al cielo' convecina.
tanto más cerca atiende a su ruina,
tanto más cerca al rayo del Tonante.
Consumirá en los jaspes su tesoro,
y consumidos de la propia suerte
ellos serán en término ligero;
y por ventura entre alabastros y oro
del alto capitel, verá su muerte,
pobre y desnudo, el sucesor primero.
Rumbo pasajero de las cosas, que Juan de Arguijo ejemplarizó
en un aleluya de esperanza, que es el anverso de la desesperanza de Juan de Jáuregui
en la misma moneda de lo transitorio de las cosas naturales:
Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse, y que en un punto desparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo con tinieblas de horror llena.
El austro proceloso airado suena
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros de Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena.
turbarse, y que en un punto desparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo con tinieblas de horror llena.
El austro proceloso airado suena
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros de Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena.
Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día,
y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré y dije: «¡Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía!»
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día,
y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré y dije: «¡Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía!»
Todo el desconsuelo que Jáuregui encontraba en lo perecedero
de las cosas, halla Arguijo de consuelo sobre iguales bases. Es la amargura
triste de la consciencia satúrnica que todo lo destruye, la misma que oteaba
Rodrigo Caro contemplando las ruinas de la colonia itálica:
Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo;
este llano fue plaza, allí fue templo,
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron,
a su gran pesadumbre se rindieron.
donde erraron ya sombras de alto ejemplo;
este llano fue plaza, allí fue templo,
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron,
a su gran pesadumbre se rindieron.
Es el curso de la vida que no se detiene y que tritura implacable aquel que quiera interponerse en su camino, por donde lo mejor es no contar con él, dejado correr cual al agua del río sagrado de la tierra andaluza. Lo leemos en la celebrada Epístola moral a Fabio, flor de la filosofía andaluza, senequista, fatalista e indiferente:
Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse la fortuna
que al que esperó obstinada y locamente.
Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera
desde el primer sollozo de la cuna,
Dejémosla pasar como la fiera
corriente del gran Betis, cuando airado
dilata hasta los montes su ribera.
Es un saber decantado de experiencias milenarias que fluye ante todo en labios del pueblo, del hombre andaluz, Diógenes despreciador de todos los Alejandros. Es la ley de la naturaleza que el andaluz acata, puesto que la naturaleza es su religión y la clave entera de su vida.
que supo retirarse la fortuna
que al que esperó obstinada y locamente.
Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera
desde el primer sollozo de la cuna,
Dejémosla pasar como la fiera
corriente del gran Betis, cuando airado
dilata hasta los montes su ribera.
Es un saber decantado de experiencias milenarias que fluye ante todo en labios del pueblo, del hombre andaluz, Diógenes despreciador de todos los Alejandros. Es la ley de la naturaleza que el andaluz acata, puesto que la naturaleza es su religión y la clave entera de su vida.
Ni siquiera el amor se salva de la muerte, cual canta el
guadijeño Antonio Mirademescua en deliciosos versos de andalucísima factura y
lógica bajo dulces sones castellanos:
Ufano, alegre, altivo. enamorado,
rompiendo el aire el pardo jilguerillo
se sentó en los pimpollos de una haya,
y con su pico de marfil nevado'
de su pechuelo verde y amarillo,
la pluma concertó pajiza y gaya;
y celoso se ensaya
a discantar en alto contrapunto
sus celos y amor junto,
y al ramillo su apoyo y a las flores
libre y gozoso cuenta sus amores.
Mas ¡ay! que en este estado
el cazador cruel, de astucia armado,
escondido le acecha,
y al tierno corazón aguda flecha
tira con mano esquiva,
y envuelto entre su sangre lo derriba.
¡Simple avecilla errada,
imagen de mi suerte desdichada!
rompiendo el aire el pardo jilguerillo
se sentó en los pimpollos de una haya,
y con su pico de marfil nevado'
de su pechuelo verde y amarillo,
la pluma concertó pajiza y gaya;
y celoso se ensaya
a discantar en alto contrapunto
sus celos y amor junto,
y al ramillo su apoyo y a las flores
libre y gozoso cuenta sus amores.
Mas ¡ay! que en este estado
el cazador cruel, de astucia armado,
escondido le acecha,
y al tierno corazón aguda flecha
tira con mano esquiva,
y envuelto entre su sangre lo derriba.
¡Simple avecilla errada,
imagen de mi suerte desdichada!
Viejo mito del dolor de la naturaleza muerta, aquí por mano
del hombre, en Francisco de Rioja por la energía ciega y genesíaca del cosmos,
por el mismo principio erótico que en otros pueblos antiguos hizo caer de
hinojos a los indios delante del lingam cuajó en procesiones fálicas a orillas del
Nilo e instituyó cultos lascivos en la paradisíaca Lesbos helénica . En las
lágrimas que Francisco de Rioja derrama sobre la rosa condenada a marchitarse,
el decir poético recuerda ya sones de copla popular, sabiduría del vulgo
andaluz:
Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el Cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?
Y no valdrán las puntas de tu rama
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa.
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el Cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?
Y no valdrán las puntas de tu rama
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa.
Es el fatalismo de las cosas naturales padre de la indiferencia
andaluza ante la vida. Si todo cambia, no vale detener el cambio. Es mejor
dejar correr el agua del río antes que ahogarse en él por intentos de desviar
su curso.
La impotencia ante la naturaleza es un desasosiego histórico que genera, de, un lado, la tan cacareada vagabundez andaluza, y de otro, la filosofía popular e individualísima del «cante jondo». A lo primero, todos los que achacan la holgazanería andaluza, la voluntad de no hacer nada, típica del meridional, a una pura facilidad de existir gracias a una naturaleza próvida, ignoran la radical amargura que traspasa ese «farniente» andaluz, donde hay mucho más de trágico que de «dolce». A lo segundo, el «cante jondo» es triste, por expresar una manera triste de ver la vida, y es hondo porque esa manera de ver la vida resulta de una experiencia despiadada que miles de años y cientos de generaciones han ido acuñando en lo más profundo del corazón.
La impotencia ante la naturaleza es un desasosiego histórico que genera, de, un lado, la tan cacareada vagabundez andaluza, y de otro, la filosofía popular e individualísima del «cante jondo». A lo primero, todos los que achacan la holgazanería andaluza, la voluntad de no hacer nada, típica del meridional, a una pura facilidad de existir gracias a una naturaleza próvida, ignoran la radical amargura que traspasa ese «farniente» andaluz, donde hay mucho más de trágico que de «dolce». A lo segundo, el «cante jondo» es triste, por expresar una manera triste de ver la vida, y es hondo porque esa manera de ver la vida resulta de una experiencia despiadada que miles de años y cientos de generaciones han ido acuñando en lo más profundo del corazón.
¿Por qué en el «cante» hay siempre quejas contra los hados?
¿Por qué lo inundan el dolor y la desesperanza? ¿Por qué lo empiedran
inacabables imprecaciones? ¿Por qué hay allí una pena que no curan los
consuelos cristianos, ni los paraísos arábigos, ni el futuro prometido de
felicidades en el seno de Dios o en los de hermosísimas huríes?
Todo el «cante» se reduce a aquella copla que recogió
Rodríguez Marín en El alma de Andalucía (Madrid, Imprenta de Archivos, 1929,
página 95):
Tengo un dolor no sé dónde,
nacido no sé de qué;
sanaré yo no sé cuándo,
si me cura no sé quién.
nacido no sé de qué;
sanaré yo no sé cuándo,
si me cura no sé quién.
O sea, traduzco yo, a desasosiego ante la vida y a
ignorancia absoluta de cómo vencer las indomables fuerzas naturales. Y la
explicación de ese fenómeno, que contesta él las preguntas anteriores, está en
que para el andaluz no hay más religión que la blanda naturaleza en que se
mueve; y al ver cómo esa naturaleza también carece de entrañas, cómo no actúa a
tenor de cánones lógicos, cómo se realiza inexorablemente, y al realizarse hiere
o mata, destruye o allana a todos los seres y a todas las cosas de una manera
ciega e irresistible, le taladra el dolor de no entender el ritmo de la diosa,
la amargura de no domeñarla, el hondo sentir de no vencerla, de sentirse, por
el contrario, vencido de antemano por ella. El «cante jondo» es a mi juicio en
su persistente elocuencia que llega al fondo de los corazones, la forma de
rezar propia de la religión andaluza, la plegaria del dios-toro y, además, la
prueba patente de lo superficialmente cutáneo del catolicismo andaluz, que, ni
más ni menos que el mahometismo o que la paganía jupiterina, son meros mantos
que apenas encubren la auténtica religiosidad andaluza: el culto a la diosa
madre, a la naturaleza.
Escribió José María Izquierdo que «el «cante jondo» sólo
puede cantarse así (muy por lo hondo), muy bajito y entre pocos» (Divagando por
la ciudad de la gracia, Sevilla, Joaquín L. Arévalo, 1941, página 48) .. Y
tenía más razón que la pura estética e impresionista que cabía en su pluma.
Porque, así como las corridas de toros son las misas mayores de la religiosidad
de Andalucía, solemnes y festivas, el «cante jondo» es la plegaria doliente,
recortada y triste, que habla en la soledad del corazón. Por donde, así como
las corridas de toros exigen el marco de la luz, del color y del bullicio de
las muchedumbres, el «cante jondo» precisa del recogimiento, de la soledad y del
silencio, Aquéllas son una orgía adonisíaca; ésta el murmurio de pena dolorosa.
Son respectivamente la cara alegre y la cara triste del
dios-toro de Andalucía.
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