LAS SUPERSTICIONES A OTRA LUZ: UN EJEMPLO
Manuel Fernández Espinosa
"Para
poder sonreírse de anticipado al oír hablar de simpatía secreta o de
acción mágica, es preciso hallar al mundo por completo comprensible,
cosa que no cabe le suceda más que a aquel que lo mira con superficial
mirada, sin sospechar siquiera que estamos sumidos en un mar de enigmas y
de incomprensibilidades, y que no conocemos inmediatamente a fondo las
cosas ni a nosotros mismos".
Arthur Schopenhauer
Los estudios antropológicos, así como los de otros campos del saber, han contribuido no poco a mostrar que el mundo de las supersticiones está lejos de ser un objeto de burla autosuficiente, por mucho que resulten a primera vista incomprensibles. La superstición -definida vagamente por el diccionario de la RAE- como "una creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón" requiere ser revisada. La superstición, en efecto, es una "creencia extraña a la fe religiosa"; ¿pero ha sido siempre "contraria" (o siquiera extraña) a la razón? Es aquí donde el estudio de la historia de la ciencia debiera enfocarse sin prejuicios ni aspavientos, puesto que muchas creencias, usos y costumbres consideradas hoy como superstición fueron en su día elementos constitutivos de sistemas científicos hoy obsoletos y olvidados. Habiendo perdido las referencias de esas concepciones ("científicas" en su día) del mundo y sus relaciones lo que llamamos "superstición" vendría a ser en la actualidad una creencia extraña, sí: a la religión y a la ciencia contemporáneas, pero extraña por haber "sobrevivido". Superstición proviene del latín "superstitio" que se forma con "super" (sobre, por encima) y el verbo "stare" (estar) y el sufijo "-tion" (acción), la superstición es, por lo tanto, lo que permanece por encima de lo que está en pie, lo que pervive por sobre lo establecido, lo que persiste, lo que ha sobrevivido aunque en una condición residual, como los restos de un galeón naufragado en la playa de hoy. La superstición, por lo tanto, no es en principio una "creencia" equivocada ni ridícula, tampoco irrisoria: hay que estudiarla con más rigor.
Por ejemplo, una de las "supersticiones" que todavía existen al menos en los ambientes rurales es la creencia en el "mal de ojo", en el "aojamiento". Y vamos a tomarla como ejemplo que nos servirá para demostrar lo que hemos dicho arriba.
El "mal de ojo", también llamado "aojamiento" o "fascinación", es considerado como una superstición propia de gentes sencillas y cándidas que conceden credibilidad a una extraña (e increíble, para el moderno) forma de causar el mal "invisiblemente", se supone que a través de los ojos, de la mirada. Nuestro Enrique de Villena, uno de los personajes más interesantes de nuestra Baja Edad Media española, el mismo que en su día fue reputado como "mago" y que hoy pasa por extravagante, habiendo alimentado antaño una dilatada literatura fantástica sobre la base de su figura legendaria, escribió todo un "Tratado de fascinación o de aojamiento" que muestra un buen compendio de lo que los científicos de su época, por mucho que hoy nos parezcan magos, cabalistas y gente estrafalaria, pensaba sobre el asunto. Por eso podía escribir Villena: "Onde al presente sea a vos manifiesto muchos filósofos e grandes letrados fablaron del ojo, donde se diriva [=deriva] aojar, que en latín dezimos façinar [=fascinar] o por aojamiento façinaçión [=fascinación]. E pocos dieron la cabsa [=causa] d'ello e fueron menos los [que aportaron] las causas alcançantes de sus remedios preventivos, cognitivos e subsecativos [subsecuentes, subsiguientes], siquier curativos. Los más, empero, concuerdan de aquellos sean [la causa] algunas personas tanto [=tan] venenosas en su complision [=complexión] e tan apartados de la eucrasia, que por vista emponçoñan el aire e [que] los a quien aquel aire tañe e los resçibe por atracçión respirativa, segúnt en la Cosmografía es manifiesto: afirma en Çiçia sean mugeres que por sola catadura matan."
Posiblemente, la "Cosmografía" a la que se refiere Villena sea la de Gervasio de Cantorbery (finales del siglo XII). El término "eucrasia" que hemos subrayado es sumamente importante para lo que atañe a nuestra exposición. ¿Qué es la "eucrasia"? La "eucrasia" es la buena constitución de una persona, siendo su antónimo la "discrasia". El término procede de la medicina de la antigua Grecia: Hipócrates de Cos sostenía la idea de que la salud era equilibro natural. Más tarde, Galeno establecerá que la salud se basa en la "mezcla justa" de humores que armónicamente se combinan. Vemos, por lo tanto, que la causa que se daba al fenómeno del "mal de ojo" se relacionaba con términos propiamente científicos hoy desconocidos y olvidados (no por ello obsoletos), lo que demuestra que lo que hoy llamamos "superstición" no era ni extraño ni contrario a la razón hegemónica de una época. El mismo Platón había dicho en el "Fedro" que el amor era una especie de enfermedad ocular. Agrippa de Nettesheim también afirma que la fascinación "es una fuerza que, partiendo del espíritu del fascinador, entra en los ojos del fascinado y se introduce hasta en su corazón. El espíritu es pues el instrumento de la fascinación; emite, por los ojos del cuerpo, unos rayos parecidos a él mismo y lleva consigo la virtud espiritual. De este modo, los rayos que parten de ojos legañosos y rojos llevan consigo el vapor del espíritu y la sangre corrompida cuando encuentra los ojos del que mira y, por este contagio, estos ojos que miran quedan obligados a contraer la misma enfermedad".
Marsilio Ficino apunta: "¿Qué tiene de sorprendente entonces si el ojo abierto, y dirigido con atención hacia alguno, lanza a los ojos del que está cerca las flechas de sus rayos, y junto con éstas, que son el vehículo del espíritu, extiende el vapor sanguíneo, que llamamos espíritu? De aquí la flecha envenenada trapasa los ojos y como es lanzada por el corazón del que hiere, busca el pecho del hombre herido, como su propia morada, hiere su corazón y se condensa en su más duro dorso, y se convierte en sangre. Esta sangre extraña, que es ajena a la naturaleza del herido, envenena la sangre propia de éste. Y envenenada la sangre, se enferma. De aquí nace una fascinación doble...".
Podríamos añadir multitud de pasajes escritos por filósofos y médicos renacentistas (es cierto que muchos de ellos considerados magos, pero eso es otro tema) que tratan este asunto de la fascinación, pero con seguridad quien mejor comprendió estas cuestiones siglos después -ya en el siglo XIX- fue el filósofo alemán Arthur Schopenhauer. Schopenhauer, con una vastísima cultura enciclopédica, tanto del pasado como de su época, y con su poderoso talento sintetizador, empeñado como estaba en confirmar su filosofía del mundo como voluntad y representación, revisa el estado de las ciencias de su tiempo en su obra "Sobre la voluntad en la naturaleza" y, haciéndose cuestión del asunto de la fascinación; cuando llega a las curaciones por magnetismo, escribe:
"A juzgar por la analogía, es más que verosímil que la fuerza insidente, que obrando inmediatamente sobre el individuo extraño puede ejercer un influjo saludable, pueda obrar también sobre él, tan poderosamente cuando menos, de una manera perjudicial y perturbadora [,,,] Resúltanos también comprensible, desde este punto de vista, el por qué el pueblo atribuye tercamente en todas partes y hasta el día de hoy ciertas enfermedades al maleficio (mal de ojo), sin que se pueda disuadirle de ello:"
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