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Por Antonio
Moreno Ruiz
Historiador y escritor
En muchos países del
ancho mundo, los llamados patriotas, y en especial los tradicionalistas, amén
de política sensu stricto, se dedican
a otras muchas actividades, y entre ellas, está la defensa y promoción del
folclore. Sin embargo, en España, no sólo no es que esto no se haga, sino que
hasta parece molestar. Lo he notado tanto en persona como en facebook: Cuando uno desarrolla este
tema, despierta las histerias más insospechadas. Unos pueden ir en nombre del
“purismo” que siempre contradicen y nunca demuestran; otros, en nombre del
“gusto”, y otros, pues en nombre de sólo Dios sabe qué… Coincidiendo, eso sí,
en una pertinaz exhibición de ignorancia. Y lo malo no es tanto eso, sino que con
esta insistente y contagiosa burricie con ínfulas al final acaban impidiendo
que se cree nada bueno.
Y es que en verdad no entendemos qué es lo que
puede molestar de este mundo musical que, con sus más y sus menos, atrae tanto
la atención -y mayormente para bien- de unos extranjeros que parecen valorar
más lo español que nosotros.
Tal y como está la situación, vemos que el “mundo de la cultura” ha sido entregado a los
rojos y al separatismo gratuitamente. Por supuesto, la derecha liberal, lejos
de hacer nada al respecto, ha subvencionado cada vez que ha podido a todo lo
progre habido y por haber. Yo soy testigo de cómo el gobierno de Rajoy financia
exposiciones blasfemas y asociaciones homosexualistas en Lima mientras miles de
españoles arribamos a buscar unas oportunidades y expectativas que en nuestra
propia tierra nos han negado. Con estos moldes, no parece que vaya a cambiar
mucho la cosa, porque ni el rojerío ni
el separatismo junto y revuelto encuentran una oposición cultural formada y
coherente, porque las “inteligencias patrióticas”, lejos de elaborar un plan
integral y con sentido común, se dedican a construir castillos electorales en
el aire, empezando la casa por el tejado, sin ningún tejido social, sin ninguna
línea cultural, sin ningún interés metapolítico ni tangible. Y en verdad esto
suele pasar porque estamos ante personas a las que le encanta la automarginalidad,
considerando que su grupito/partidito/secta es una terapia de autoayuda donde
hay que coronarse jefe absoluto bajo la trilogía de café, copa y puro; y todo
lo que sea llevar a la difícil y dura realidad algo de eso es boicoteado,
porque por un lado, haría peligrar la muy burguesa y tranquila vida de algunos,
y por otro, sería salir de ese mundo ficticio-narcótico. Por eso, también
conviene azuzar el miedo a los rojos, a los moros y a lo que haga falta, con
tal de mantener las distancias.
Por supuesto, para gustos los colores. No se
trata de obligar a que nos guste una determinada música. Algunos se cansan de
los tópicos y culpan al flamenco, pero ya les digo yo que cuando salgan al
exterior, el flamenco, que no es folclore propiamente dicho (ni nunca tuvo
pretensiones de tal), será tanta referencia como la paella, la gaita o el
cachirulo. Y mí como andaluz, nada de
esto me molesta, al contrario. ¿Por qué a un gallego, un valenciano o un
aragonés se deberían sentir molestos al escuchar una rumba, entonces?
No es de recibo que nuestra bella estética
musical en particular y cultural en general se esté perdiendo por la desidia
del personal y la irrupción de modas estúpidas, y que todo aquello que sea
esencial se lo estén quedando los que no deben. O por lo menos, no deberían, ya
que según sus ideologías, todo nuestro pasado debería ser barrido. Y si no ha
desaparecido un acervo que todavía reconocemos como nuestro, es por algo. Está
ahí, y entre nosotros hay gente que puede cultivarlo bien.
Es cierto que a veces, algunos hacen “fusiones”
o “desvíos” presentando como “tradiciones milenarias” algo que se acaban de
inventar, y esto es el peligro que siempre han encarnado las visiones
románticas/nacionalistas. Y por eso debemos estar nosotros presentes en este
mundo, porque eso no se combate desde el criticoneo repipi, sino desde la
poesía, la música, el artículo, la novela, la historiografía… Los rojos, por
ejemplo, homenajean a los que creen suyos, como Miguel Hernández o Federico
García Lorca. ¿Alguien le ha hecho un homenaje a José María Hinojosa? No,
porque mayormente ni sabrán quién es.
Por eso,¿cómo osan criticar el flamenco
aquellos que no tienen ni idea de lo que hablan? ¿Cómo osan criticar a
determinados grupos asturianos rojetes porque cantan en bable y fusionan con
música irlandesa? ¿Qué hacen ellos por nuestra cultura para permitirse el lujo
de quejarse?
En realidad, debemos interesarnos por estos círculos,
por los festivales de música, gastronomía; por el mundo de la agricultura y la
ganadería; por todos esos pueblecitos que se nos están quedando despoblados y
que acaso podrían ser la semilla de una nueva Reconquista que precisa de una
Covadonga heroica y de una resistencia mozárabe; y el folclore español, donde
las jotas, las seguidillas y los fandangos, así como las flautas y los
tamboriles, y los irrintzis y los aturuxos, se reparten de norte a sur
como reticencias que nos dicen que existe un sustrato común aun en diversas
formas, y también extendido y diversificado por nuestra América; merece ser
trabajado, valorado, estudiado y extendido, empezando por los trajes
regionales: Todos, sin exclusivismos ni modas. Cada rincón de nuestra nación
debe ser auscultado. Y en esto sabemos que al final, Dios mediante, llevaremos
las de ganar, siendo que los viles criticones que hacen que haya más jefes que
indios serán arrojados al miserable basurero del que nunca debieron salir.
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