Detalle parcial del relieve ibérico encontrado en el término de Martos, pieza de singular interés conservada en el Museo del P. Recio. |
Manuel Fernández Espinosa
En los pueblos indoeuropeos el “caballo” ha desempeñado, desde la más remota antigüedad, un papel predominante que tendrá, en los rituales y relatos míticos, un importante protagonismo. El simbolismo del “équido” es muy complejo, y se han vertido ríos de tinta en su interpretación. Para Mircea Eliade era un “animal ctónico-funerario”, pero Mertens Stienon consideraba que era un antiguo símbolo del movimiento cíclico de la vida manifestada. Diel cree que el caballo simboliza los deseos exaltados, los instintos primarios, “de acuerdo con el simbolismo general de la cabalgadura y del vehículo” –según Juan Eduardo Cirlot. Sugiero que, de entre todas estas interpretaciones, retenga el lector ésta última de Diel para mejor entender lo expuesto más abajo.
Los “Asvins” indios, los griegos Cástor y Pólux, los anglosajones Horsa y Hengist... Serían expresiones de un mismo mito ancestral: el del caballo y el jinete que luego se transforma en el mito de los Gemelos. Según Puhvel, el mito de los gemelos se podría interpretar –en el mito y ritual proto-indoeuropeo- como el acoplamiento de un jinete con un caballo. Se sabe que los celtas continentales adoraban a la diosa Epona bajo figura de yegua blanca, pudiéndose comparar los rituales anejos a este culto de Epona con el “asvamedha” indio. En la Hispania indoeuropea encontramos una serie de animales sagrados entre los que, según la Doctora Guadalupe López Monteagudo, figuran “el ciervo, el caballo, el jabalí y el toro”. Sobre la función apotropaica (protectora de tumbas) y psicopómpica (conductor del alma del difunto al “más allá”) del caballo tiene espléndidas páginas el erudito Profesor D. José María Blázquez, que no obstante piensa que “La Península Ibérica, por otra parte, nunca fue devota de Epona” a juzgar por los pocos vestigios epigráficos que pueden alegarse a favor de ese culto.
No obstante, a pesar de los reparos que una autoridad como la del Profesor Blázquez hace al culto de Epona en Hispania, hay que señalar que existe una multitud de estelas funerarias ibéricas, celtibéricas o celtas halladas a lo largo y ancho de toda la península. En estos monumentos fúnebres el caballo –con o sin jinete- es figura central. Tampoco habría que olvidar que la numismática prerromana es harto elocuente en este sentido, cuando en el revés de muchas monedas aparece otra vez el caballo como animal totémico, cabalgado o sin caballero. El Profesor Alejandro Recio Veganzones estudió un relieve ibérico hallado en el término de Martos, en dicho relieve nos aparece un caballo acompañado de otros elementos que no nos conciernen ahora. El Profesor Recio supone que este relieve decoraba “alguno de los lados de un monumento funerario”. En el arte antiguo se ha interpretado que el caballo –animal eminentemente funerario- condensa un simbolismo que no sólo se restringe al papel de “protector de tumbas” o “conductor de ultramundo”; también se ha interpretado el símbolo equino como simbolización de un hombre heroico.
Como reliquias etnológicas y folclóricas de estas primitivas creencias que tienen al caballo –tanto en los ámbitos indoeuropeos como ibérico- como animal totémico encontramos dos figuras muy curiosas: la del “Zamalzain” (personaje del carnaval de la vertiente francesa de Vasconia) y la del “Zaldiko”, perteneciente al universo carnavalesco de Lanz (en Navarra), ambos muy estudiados por el eminente antropólogo D. Julio Caro Baroja.
“Zamalzain” es, según el maestro antropólogo al que seguimos, “el personaje más importante [del carnaval de Zuberoa] que a primera vista representa a un hombre montado a caballo, si bien es verdad que el armazón que pretende simular el cuerpo del animal no lo hace con mucha propiedad. La cabeza del caballo, de madera, es muy pequeña. El hombre lleva un gorro complicado con plumas. Notemos ahora que caballero en vascuence es zaldun-a, y el caballo, zaldi-a.”
En Lanz un personaje carnavalesco, a primera vista parecería homólogo de “Zamalzain”, es “Zaldiko”, aunque Caro Baroja se pregunta: “¿Quién puede ser este hombre-caballo?”; y objeta: “Entre la mascarada de Lanz y las de Zuberoa hay una divergencia notable […] El ser mítico y ritual que los etnólogos de otro tiempo idearon con el nombre particular de “espíritu de la vegetación”, espíritu que pierde y recupera la fecundidad anualmente y que ostenta figura de caballo, no puede seguir haciendo el gasto de nuestras interpretaciones”.
Independientemente de estas consideraciones de Caro Baroja sobre el “espíritu de la vegetación” de la etnología clásica, el asunto sobre el que llamamos la atención es la identificación del hombre con el caballo, que puede apreciarse tanto en los personajes del carnaval vasco-navarro y vasco-suletino como en la hermenéutica del arte ibérico y celtibérico que interpreta al caballo funerario como cifra del difunto heroizado.
Teniendo en cuenta que nuestros antepasados identificaron hombre y caballo, podemos entender que uno de los elementos del folclore hispano fuese el “relincho”, preservado en nuestros días tan sólo entre los vascos, aunque como tendremos ocasión de comprobar, existen vestigios literarios que nos revelan que también el "relincho" estuvo presente en otras zonas de la Península Ibérica.
En los jolgorios vascos, cuando la comunidad está gozando de la fiesta con la música y la danza, los hombres suelen lanzar los típicos “irrintzi” (relinchos). Como todos sabemos, el “irrintzi” es el típico relincho vasco que, en ocasiones de fiesta y regocijo popular, también en combate, profieren los vascones. En la práctica lo encontramos, y también lo hallamos mencionado siquiera de pasada en la literatura. Pío Baroja en “Zalacaín el aventurero” nos pinta a los vascos profiriendo “irrintzi”, también Unamuno aludirá al "irrintzi" -puede ser que, cito de memoria, lo haga en algunas escenas de “Paz en la guerra”.
Menos conocido es que el “relincho” formaba parte también –como expresión de desbordamiento y fiesta- del acervo volk-lórico de otros pueblos de la Península Ibérica; aunque lamentamos que se haya desvanecido en la práctica -y también se haya borrado de la memoria-de esos pueblos que no han sabido conservar las tradiciones de sus ancestros como así lo han hecho los vascos y navarros, dignos de todo nuestro respeto y admiración.
Por haber desaparecido el "relincho" de entre las expresiones festivas de los pueblos ibéricos resulta que sólo podremos hallar su reminiscencia en la literatura. Por ejemplo, en esa fuente inagotable del “Volk-lore” hispánico que es el Teatro Áureo de Lope de Vega. Por citar un ejemplo, valga el de algunas escenas que se nos representan en la muy famosa obra de Lope, “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”. En las páginas de esta obra dramática podemos oír a Casilda, la bella esposa de Peribáñez, que dice:
“En mañana de San Juan
nunca más plazer me hizieron
la verbena y arrayán,
ni los relinchos me dieron
el que tus vozes me dan.”
En una de las acotaciones del dramaturgo podemos leer: “Éntrense todos relinchando”.
Creemos que no sólo en Ocaña, sino en toda la Península Ibérica pudiera ser el “relincho” (“irrintzi” vasco) una expresión festiva a lo largo de los siglos, llegando incluso a la época de los siglos áureos. Pero, incluso su uso se prolonga a tiempos más recientes.
En “El sabor de la tierruca” del gran D. José María de Pereda, podemos leer que también el “relincho” era una sólita práctica entre los jóvenes de las montañas cántabras para expresar alegría. Entre muchas menciones que de esta usanza hace el genial autor, podemos señalar la que nos pinta al término de una “deshoja” habida en la acción literaria que tiene lugar en el pueblo-ficto de Cumbrales:
“¡Y en el corral cantares, y en la calleja relinchos y más cantares!”.
CONCLUYENDO:
El “Diccionario de Autores” define el “relincho” con las siguientes palabras: “se toma por los gritos y voces en regocijo y fiesta”. El “relincho” ibérico consistía en la imitación humana de un animal sacralizado entre las tribus autóctonas: el caballo. Dicha emulación cuasi onomatopéyica podría interpretarse como una identificación que el hombre hace de sí mismo con el caballo totémico. Téngase en cuenta que el caballo es, para el hombre antiguo, animal domesticado: valiosísimo para el transporte e imprescindible para la guerra y que, en el simbolismo biopsicológico del caballo, éste representa –recordemos a Diel- “los deseos exaltados y los instintos primarios”. Si el empleo del caballo como animal de transporte depara su sentido “psicopómpico” (vehículo en el más allá) y el empleo bélico que del caballo se hace aporta su sentido “apotropaico” (defensor de tumbas), el simbolismo biopsicológico que repara en la exaltación de los instintos y el deseo -como un desbocamiento- será el que permita entender la propensión del hombre ibérico a identificarse –relinchando- con el caballo que relincha en los momentos más álgidos de su vida: cuando se dispone al apareamiento, cuando emprende una carrera desbocada o cuando expresa su plena satisfacción. Precisamente en momentos semejantes a los de mayor desenfreno para el ser humano: la fiesta y la guerra.
Pensamos que el “relincho” fue una usanza extendida por toda la Península Ibérica desde tiempos inmemoriales y remotísimos, uso que hogaño sólo se conserva en tierras vascónicas –gracias al amor que los vascos tienen por sus tradiciones y no sin desafiar bizarramente la destrucción de "viviendas" (1) que el espíritu moderno ha ejecutado, liquidando costumbres volclóricas. En el resto de la geografía peninsular, siempre más permeable a los vientos destructivos de la modernidad, el “relincho” ha desaparecido prácticamente.
Nosotros, reconociendo que estas líneas no quieren ser nada más que un ligero aproche etnológico, rogamos a los lectores del presente "aproche" que, en caso de poder hacerlo, añadan si lo tienen a bien más material procedente de la literatura o el volk-lore de toda España para dilucidar esta cuestión propuesta. Y, por último, reivindicamos el “relincho” como expresión genuina de la alegría de unos pueblos –los nuestros- que si no relinchan hoy en nuestros días es a buen seguro que por haber perdido la alegría antigua y vital que lo llevaba a danzar y guerrear mejor que ningún otro pueblo del mundo.
(1) Queremos recuperar la palabra "vivienda" en su antigua acepción -por ejemplo, empleada por fray Luis de León, a saber: la de "manera de vivir", "estilo de vida", por lo que no recomiendo entenderla como comúnmente se hace: vivienda = habitación física.
BIBLIOGRAFÍA:
CIRLOT, Juan Eduardo. “Diccionario de Símbolos”, Barcelona, 1997.
KRUTA, Venceslas. “Los Celtas” (Apéndice de la doctora G. López Monteagudo), Madrid, 1992.
MARCO SIMÓN, Francisco. “Los celtas”, Madrid, 1990.
BLÁZQUEZ, José María. “Imagen y Mito. Estudios sobre religiones mediterráneas e ibéricas”, Madrid, 1977.
CARO BAROJA, Julio. “El Carnaval. Análisis histórico-cultural”, Madrid, 2006.
CARO BAROJA, Julio. “Los pueblos de España”, Madrid, 1981.
RECIO VEGANZONES, Alejandro. “Relieve ibérico funerario con caballo de “Las peñuelas” (Martos)”, Separata del “Homenaje a José Mª Blázquez” , Madrid, 1993.
VEGA, Lope de. “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”, Madrid, 1982.
PEREDA, José María de. “El sabor de la tierruca”, Madrid, 1889.
En los pueblos indoeuropeos el “caballo” ha desempeñado, desde la más remota antigüedad, un papel predominante que tendrá, en los rituales y relatos míticos, un importante protagonismo. El simbolismo del “équido” es muy complejo, y se han vertido ríos de tinta en su interpretación. Para Mircea Eliade era un “animal ctónico-funerario”, pero Mertens Stienon consideraba que era un antiguo símbolo del movimiento cíclico de la vida manifestada. Diel cree que el caballo simboliza los deseos exaltados, los instintos primarios, “de acuerdo con el simbolismo general de la cabalgadura y del vehículo” –según Juan Eduardo Cirlot. Sugiero que, de entre todas estas interpretaciones, retenga el lector ésta última de Diel para mejor entender lo expuesto más abajo.
Los “Asvins” indios, los griegos Cástor y Pólux, los anglosajones Horsa y Hengist... Serían expresiones de un mismo mito ancestral: el del caballo y el jinete que luego se transforma en el mito de los Gemelos. Según Puhvel, el mito de los gemelos se podría interpretar –en el mito y ritual proto-indoeuropeo- como el acoplamiento de un jinete con un caballo. Se sabe que los celtas continentales adoraban a la diosa Epona bajo figura de yegua blanca, pudiéndose comparar los rituales anejos a este culto de Epona con el “asvamedha” indio. En la Hispania indoeuropea encontramos una serie de animales sagrados entre los que, según la Doctora Guadalupe López Monteagudo, figuran “el ciervo, el caballo, el jabalí y el toro”. Sobre la función apotropaica (protectora de tumbas) y psicopómpica (conductor del alma del difunto al “más allá”) del caballo tiene espléndidas páginas el erudito Profesor D. José María Blázquez, que no obstante piensa que “La Península Ibérica, por otra parte, nunca fue devota de Epona” a juzgar por los pocos vestigios epigráficos que pueden alegarse a favor de ese culto.
No obstante, a pesar de los reparos que una autoridad como la del Profesor Blázquez hace al culto de Epona en Hispania, hay que señalar que existe una multitud de estelas funerarias ibéricas, celtibéricas o celtas halladas a lo largo y ancho de toda la península. En estos monumentos fúnebres el caballo –con o sin jinete- es figura central. Tampoco habría que olvidar que la numismática prerromana es harto elocuente en este sentido, cuando en el revés de muchas monedas aparece otra vez el caballo como animal totémico, cabalgado o sin caballero. El Profesor Alejandro Recio Veganzones estudió un relieve ibérico hallado en el término de Martos, en dicho relieve nos aparece un caballo acompañado de otros elementos que no nos conciernen ahora. El Profesor Recio supone que este relieve decoraba “alguno de los lados de un monumento funerario”. En el arte antiguo se ha interpretado que el caballo –animal eminentemente funerario- condensa un simbolismo que no sólo se restringe al papel de “protector de tumbas” o “conductor de ultramundo”; también se ha interpretado el símbolo equino como simbolización de un hombre heroico.
Como reliquias etnológicas y folclóricas de estas primitivas creencias que tienen al caballo –tanto en los ámbitos indoeuropeos como ibérico- como animal totémico encontramos dos figuras muy curiosas: la del “Zamalzain” (personaje del carnaval de la vertiente francesa de Vasconia) y la del “Zaldiko”, perteneciente al universo carnavalesco de Lanz (en Navarra), ambos muy estudiados por el eminente antropólogo D. Julio Caro Baroja.
“Zamalzain” es, según el maestro antropólogo al que seguimos, “el personaje más importante [del carnaval de Zuberoa] que a primera vista representa a un hombre montado a caballo, si bien es verdad que el armazón que pretende simular el cuerpo del animal no lo hace con mucha propiedad. La cabeza del caballo, de madera, es muy pequeña. El hombre lleva un gorro complicado con plumas. Notemos ahora que caballero en vascuence es zaldun-a, y el caballo, zaldi-a.”
En Lanz un personaje carnavalesco, a primera vista parecería homólogo de “Zamalzain”, es “Zaldiko”, aunque Caro Baroja se pregunta: “¿Quién puede ser este hombre-caballo?”; y objeta: “Entre la mascarada de Lanz y las de Zuberoa hay una divergencia notable […] El ser mítico y ritual que los etnólogos de otro tiempo idearon con el nombre particular de “espíritu de la vegetación”, espíritu que pierde y recupera la fecundidad anualmente y que ostenta figura de caballo, no puede seguir haciendo el gasto de nuestras interpretaciones”.
Independientemente de estas consideraciones de Caro Baroja sobre el “espíritu de la vegetación” de la etnología clásica, el asunto sobre el que llamamos la atención es la identificación del hombre con el caballo, que puede apreciarse tanto en los personajes del carnaval vasco-navarro y vasco-suletino como en la hermenéutica del arte ibérico y celtibérico que interpreta al caballo funerario como cifra del difunto heroizado.
Teniendo en cuenta que nuestros antepasados identificaron hombre y caballo, podemos entender que uno de los elementos del folclore hispano fuese el “relincho”, preservado en nuestros días tan sólo entre los vascos, aunque como tendremos ocasión de comprobar, existen vestigios literarios que nos revelan que también el "relincho" estuvo presente en otras zonas de la Península Ibérica.
En los jolgorios vascos, cuando la comunidad está gozando de la fiesta con la música y la danza, los hombres suelen lanzar los típicos “irrintzi” (relinchos). Como todos sabemos, el “irrintzi” es el típico relincho vasco que, en ocasiones de fiesta y regocijo popular, también en combate, profieren los vascones. En la práctica lo encontramos, y también lo hallamos mencionado siquiera de pasada en la literatura. Pío Baroja en “Zalacaín el aventurero” nos pinta a los vascos profiriendo “irrintzi”, también Unamuno aludirá al "irrintzi" -puede ser que, cito de memoria, lo haga en algunas escenas de “Paz en la guerra”.
Menos conocido es que el “relincho” formaba parte también –como expresión de desbordamiento y fiesta- del acervo volk-lórico de otros pueblos de la Península Ibérica; aunque lamentamos que se haya desvanecido en la práctica -y también se haya borrado de la memoria-de esos pueblos que no han sabido conservar las tradiciones de sus ancestros como así lo han hecho los vascos y navarros, dignos de todo nuestro respeto y admiración.
Por haber desaparecido el "relincho" de entre las expresiones festivas de los pueblos ibéricos resulta que sólo podremos hallar su reminiscencia en la literatura. Por ejemplo, en esa fuente inagotable del “Volk-lore” hispánico que es el Teatro Áureo de Lope de Vega. Por citar un ejemplo, valga el de algunas escenas que se nos representan en la muy famosa obra de Lope, “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”. En las páginas de esta obra dramática podemos oír a Casilda, la bella esposa de Peribáñez, que dice:
“En mañana de San Juan
nunca más plazer me hizieron
la verbena y arrayán,
ni los relinchos me dieron
el que tus vozes me dan.”
En una de las acotaciones del dramaturgo podemos leer: “Éntrense todos relinchando”.
Creemos que no sólo en Ocaña, sino en toda la Península Ibérica pudiera ser el “relincho” (“irrintzi” vasco) una expresión festiva a lo largo de los siglos, llegando incluso a la época de los siglos áureos. Pero, incluso su uso se prolonga a tiempos más recientes.
En “El sabor de la tierruca” del gran D. José María de Pereda, podemos leer que también el “relincho” era una sólita práctica entre los jóvenes de las montañas cántabras para expresar alegría. Entre muchas menciones que de esta usanza hace el genial autor, podemos señalar la que nos pinta al término de una “deshoja” habida en la acción literaria que tiene lugar en el pueblo-ficto de Cumbrales:
“¡Y en el corral cantares, y en la calleja relinchos y más cantares!”.
CONCLUYENDO:
El “Diccionario de Autores” define el “relincho” con las siguientes palabras: “se toma por los gritos y voces en regocijo y fiesta”. El “relincho” ibérico consistía en la imitación humana de un animal sacralizado entre las tribus autóctonas: el caballo. Dicha emulación cuasi onomatopéyica podría interpretarse como una identificación que el hombre hace de sí mismo con el caballo totémico. Téngase en cuenta que el caballo es, para el hombre antiguo, animal domesticado: valiosísimo para el transporte e imprescindible para la guerra y que, en el simbolismo biopsicológico del caballo, éste representa –recordemos a Diel- “los deseos exaltados y los instintos primarios”. Si el empleo del caballo como animal de transporte depara su sentido “psicopómpico” (vehículo en el más allá) y el empleo bélico que del caballo se hace aporta su sentido “apotropaico” (defensor de tumbas), el simbolismo biopsicológico que repara en la exaltación de los instintos y el deseo -como un desbocamiento- será el que permita entender la propensión del hombre ibérico a identificarse –relinchando- con el caballo que relincha en los momentos más álgidos de su vida: cuando se dispone al apareamiento, cuando emprende una carrera desbocada o cuando expresa su plena satisfacción. Precisamente en momentos semejantes a los de mayor desenfreno para el ser humano: la fiesta y la guerra.
Pensamos que el “relincho” fue una usanza extendida por toda la Península Ibérica desde tiempos inmemoriales y remotísimos, uso que hogaño sólo se conserva en tierras vascónicas –gracias al amor que los vascos tienen por sus tradiciones y no sin desafiar bizarramente la destrucción de "viviendas" (1) que el espíritu moderno ha ejecutado, liquidando costumbres volclóricas. En el resto de la geografía peninsular, siempre más permeable a los vientos destructivos de la modernidad, el “relincho” ha desaparecido prácticamente.
Nosotros, reconociendo que estas líneas no quieren ser nada más que un ligero aproche etnológico, rogamos a los lectores del presente "aproche" que, en caso de poder hacerlo, añadan si lo tienen a bien más material procedente de la literatura o el volk-lore de toda España para dilucidar esta cuestión propuesta. Y, por último, reivindicamos el “relincho” como expresión genuina de la alegría de unos pueblos –los nuestros- que si no relinchan hoy en nuestros días es a buen seguro que por haber perdido la alegría antigua y vital que lo llevaba a danzar y guerrear mejor que ningún otro pueblo del mundo.
(1) Queremos recuperar la palabra "vivienda" en su antigua acepción -por ejemplo, empleada por fray Luis de León, a saber: la de "manera de vivir", "estilo de vida", por lo que no recomiendo entenderla como comúnmente se hace: vivienda = habitación física.
BIBLIOGRAFÍA:
CIRLOT, Juan Eduardo. “Diccionario de Símbolos”, Barcelona, 1997.
KRUTA, Venceslas. “Los Celtas” (Apéndice de la doctora G. López Monteagudo), Madrid, 1992.
MARCO SIMÓN, Francisco. “Los celtas”, Madrid, 1990.
BLÁZQUEZ, José María. “Imagen y Mito. Estudios sobre religiones mediterráneas e ibéricas”, Madrid, 1977.
CARO BAROJA, Julio. “El Carnaval. Análisis histórico-cultural”, Madrid, 2006.
CARO BAROJA, Julio. “Los pueblos de España”, Madrid, 1981.
RECIO VEGANZONES, Alejandro. “Relieve ibérico funerario con caballo de “Las peñuelas” (Martos)”, Separata del “Homenaje a José Mª Blázquez” , Madrid, 1993.
VEGA, Lope de. “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”, Madrid, 1982.
PEREDA, José María de. “El sabor de la tierruca”, Madrid, 1889.